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martes, 30 de diciembre de 2014
jueves, 25 de diciembre de 2014
Lago de Zurich
Las siguientes no son del Lago de Zurich, pero son de sitios cercanos y están en las mismas tiras de negativos de la Contax que las anteriores.
sábado, 20 de diciembre de 2014
Feliz Navidad
Virgen de la Arrixaca
Anónimo del siglo XII-XIII
Iglesia de San Andrés y Santa María de la Arrixaca
Murcia
Fotografía de Pablo Almansa
tomada del libro MIRABILIA
editado por la Fundación CajaMurcia
Fotografía de Pablo Almansa
tomada del libro MIRABILIA
editado por la Fundación CajaMurcia
lunes, 15 de diciembre de 2014
miércoles, 10 de diciembre de 2014
Perdiendo peso
A Teresa se le iluminó el rostro
cuando vio la cifra que marcaba la báscula: 71. ¡Setenta y un kilos! ¡Había
perdido nueve kilos en una semana!
Se palpó la tripa ilusionada.
Tendría que darse un garbeo por Serrano en busca de ropa adecuada a su nueva
talla.
Se alzó los pechos con las manos
y se volvió hacia el espejo para admirar
su nueva figura, pero un leve temor la invadió: Había perdido peso, pero no
parecía que hubiese perdido cintura.
Abrió el armario y sacó una falda,
que guardaba de épocas mejores, con la ilusión de que algún día podría volver a
ponérsela. Consiguió subirla hasta la cintura, pero casi se queda sin
aliento al encoger la barriga para cerrar la cremallera.
Bueno, pensó, tendré que
adelgazar más. Pero no hay duda de que el método Flashgood funciona. ¡Nueve
kilos en la primera semana!
Se vistió, se tomó la aceituna
rellena de anchoa mientras contemplaba
un bote de cristal lleno de deliciosos espárragos, cómo recomendaba el método, entre físico
y psicológico, para el desayuno y, rebosando felicidad, se fue a la
oficina en la que trabajaba como secretaria.
No dijo nada, pero, cuando se fue
con Rosa a comer, decidió saltarse por una vez el menú del régimen semanal y,
además de la sopa de rabo de toro que tocaba los jueves, pidió una ensalada de
lechuga.
- ¿Pero no estaba prohibida la
lechuga en el método Flashgood? - inquirió Rosa sorprendida.
- Nueve kilos. Nueve kilos he
adelgazado en una semana. ¿No me merezco un premio?
- ¿Nueve kilos? ¿Estás segura?
Teresa estaba segura, pero,
cuando volvió a casa para quitarse el traje, volvió a pesarse. 70. ¡Un kilo en
menos de doce horas! Casi se desmaya de la emoción. El método Flashgood
recomendaba no pesarse más de una vez por semana, aduciendo que las pequeñas
variaciones diarias podían deberse a haber hecho un "tránsito" (?)
rápido o a no haberlo hecho, induciendo a falsas ilusiones o desilusiones nefandas. Se prometió no pesarse hasta pasar una semana y, poniéndose un chándal,
se dirigió a la cercana franquicia de Flashgood para someterse a las
preceptivas sesiones de ultrasonidos, microondas, ondas magnéticas y toda la
parafernalia de aparatos que justificaban el elevado precio del método, y que
Teresa, vistos los resultados, no dudaba en calificar como adecuado.
Y una semana más tarde Teresa
volvió a pesarse.
¡60! Teresa, entre incrédula e
ilusionada, no podía apartar la vista del número que le mostraba la báscula. Se volvió hacia el espejo, pero lo
que vio le quitó la ilusión, dejándola simplemente incrédula. Si: puede que las
cartucheras fueran un poco menos prominentes, pero nada más. Eso no podía
justificar una pérdida de veinte kilos.
Se sentó en la cama y meditó.
Solo podía haber una explicación: la pila de la báscula se estaba agotando. En
realidad no había adelgazado nada. ¡Nada! La báscula no funcionaba
correctamente. Y lloró. Desconsoladamente, lloró.
Se vistió. Desayunó las cinco aceitunas rellenas de anchoa que quedaban en la lata, y luego abrió el bote de espárragos y se tragó sin más aliño los seis que contenía... ¡A la
porra con Flashgood y sus métodos!
Luego, antes de ir a la oficina,
se acercó a la franquicia, decidida a rescindir el contrato y a que le
devolvieran el dinero. Pero se llevó una sorpresa: la franquicia estaba
clausurada por orden gubernativa.
- ¿Te encuentras bien? - le
preguntó Rosa en cuanto entró en la oficina.
- Destrozada. Me estaba haciendo
la ilusión de que estaba perdiendo peso... veinte kilos menos, pero nada...
- ¿Pero no te has enterado de lo
de Flashgood?
- He visto que lo han cerrado por
orden gubernativa.
- Salió anoche en las noticias.
Ha habido casos en todo el mundo: en Inglaterra, en Francia, en Estados
Unidos... Sobre todo en Estados Unidos: veinte personas tratadas con el método
Flashgood fueron perdiendo peso, perdiendo peso... No masa, solo peso... Hasta
que, al pesar menos que el aire, comenzaron a elevarse como globos. A la mayor parte, por
fortuna, les ocurrió por la noche, y amanecieron en el techo de su dormitorio. A
una jequesa de Dubai la empujó el viento hasta la torre Burj Khalifa y tuvo la suerte de poder agarrarse de la antena que la corona... En la india, una turista inglesa ascendió hasta el techo de un templo. Aterrorizada, gritaba tanto que la consideraron una
reencarnación de Kali, y se organizaron largas colas
para llevarle ofrendas... Otras aún flotan a gran altura y se están organizando expediciones de especialistas en caída libre para rescatarlas...
viernes, 5 de diciembre de 2014
domingo, 30 de noviembre de 2014
martes, 25 de noviembre de 2014
El nacimiento de Atenea
Quinto fragmento de los papiros de Schimatari.
...pararon sus
caballos y contemplaron el trágico escenario: apenas quedaba nada de la
humeante choza; varios buitres hurgaban en las entrañas de un par de cerdos, degollados en la cochiquera; uno
empezó a picotear los ojos de un campesino semidesnudo, seguramente violado
como su mujer por los mismos que los mataron. Él, joven y fuerte, no debía
tener más de veinte años; ella, algo menos.
- Esto no puede
continuar. - dijo Zeus, al tiempo que apartaba al buitre del lado de los
muertos - Si matamos a los campesinos ¿quién cultivará los campos? ¿quién
cuidará del ganado?... ¿Se han vuelto locos nuestro padre y sus hombres?
Un fuerte llanto
infantil rompió el silencio que siguió a sus palabras. Miró a su alrededor y, junto
a las coles del pequeño huerto, envuelta en unas suaves pieles, descubrió a la
criatura. Estaría dormida durante la tragedia, y los asesinos no la habían visto.
Se bajó del caballo
y, cojeando ligeramente por culpa de la herida del muslo, se acercó y apartó
las pieles, comprobando que era una niña. Ella calló un momento, le agarró un
dedo y se lo llevó a la boca para chuparlo. Zeus comprendió que lloraba de
hambre. Volvió al caballo, sacó de su zurrón un trozo de pan duro y se lo
ofreció a la niña, que había vuelto a llorar. Como no lo cogía, se lo acercó a
la boca, descubriendo apenado que no tenía dientes.
¡Pobre criatura! ¿Cómo
podría sobrevivir si había nacido sin dientes? Pensó en matarla para evitarle
la desagradable vida que iba a tener que soportar. Sacó del cinto un cuchillo
curvo y lo levantó con intención de degollarla, pero en ese momento la niña le
sonrió. Zeus pensó que era la sonrisa más hermosa que había visto jamás. Guardó
el puñal y, tomando el trozo de pan, lo masticó hasta convertirlo en una suave
papilla que depositó en el cuenco de una mano; luego, mojando en ella el dedo
índice de la otra, lo fue metiendo en la boca de la pequeña hasta que no quedó
nada.
- ¿Qué haces? -
preguntó Poseidón, que le observaba incrédulo.
- Doy de comer a mi
hija.
- ¿Tu hija? ¿Estás
loco? ¿Cómo va a ser tu hija si la primera vez que has visto a su madre, ya
estaba muerta?
- No hay madre. Se
ha gestado en mi pierna y acabo de parirla. ¿No la has visto salir de la herida
del muslo?
- Nadie va a
creerlo.
- Tendrán que
creerlo si yo lo digo y tú lo confirmas. ¿O acaso alguien se atreverá a
contradecir a los hijos del poderoso Cronos?
- Puesto a
inventar, podrías decir que salió de tu cráneo después de un fuerte dolor [de
cabeza.]
El fragmento, que termina en la palabra "dolor",
no menciona el nombre de la pequeña, pero
se ha supuesto en el título que se trata
de Atenea, porque en la mitología clásica esta diosa nace precisamente de la
cabeza de Zeus, aunque, eso sí, no nace niña, sino ya desarrollada, vestida y
completamente armada.
jueves, 20 de noviembre de 2014
Escritura experimental en España, 1963-1983
Hasta el 11 de Enero próximo se puede visitar en el Círculo de Bellas Artes de Madrid una interesante exposición de la que reproduzco la invitación:
El catálogo de la exposición, magníficamente editado, incluye un amplio y documentado estudio del tema, escrito por Javier Maderuelo, comisario de la exposición, en el que se cita varias veces al Centro de Cálculo de la Universidad de Madrid. Reproduzco a continuación cuatro de las páginas que le dedica:
Nota: los títulos de las dos últimas imágenes están intercambiados.
El catálogo de la exposición, magníficamente editado, incluye un amplio y documentado estudio del tema, escrito por Javier Maderuelo, comisario de la exposición, en el que se cita varias veces al Centro de Cálculo de la Universidad de Madrid. Reproduzco a continuación cuatro de las páginas que le dedica:
sábado, 15 de noviembre de 2014
lunes, 10 de noviembre de 2014
Reebok
A esta musiquilla le puse por nombre Reebok porque cuando la escribí tenía una caja de zapatos a la vista.
miércoles, 5 de noviembre de 2014
El caso de las cuentas inexistentes
Solamente he actuado una vez como
perito informático para un juez:
Habían asesinado a un traficante
de drogas homosexual, y el juez había enviado un apremio a todos los bancos
para que le informaran de si el muerto tenía alguna cuenta en ellos. Entre otras,
recibió una carta de una sucursal de un importante banco nacional, al que
llamaremos Banco X, diciendo que el interfecto tenía allí tres cuentas, de las
que daba sus números.
El juez pidió entonces al banco
que le enviara el detalle de esas cuentas en una serie de años, pero el banco
contestó que esas cuentas no existían, ni ninguna otra a nombre del muerto, y
que, aunque el papel de la carta y el sello de la sucursal eran auténticos, la
persona que la firmaba no era, ni había sido nunca, un empleado del banco.
El juez tenía la sospecha de que
las cuentas habían existido, pero que el banco las había borrado para no ver su
nombre envuelto en problemas de drogas y homosexualidad. También sospechaba que
al empleado que escribió la nota le habían trasladado, y que tanto a él como al
resto del personal de la sucursal se les había dado una paga extra para que
tuvieran la boca cerrada.
Y allí me vi, trasteando con los ordenadores centrales
y los archivos del Banco X, convencido, por otra parte, de que si el banco
había borrado las cuentas, difícilmente iba yo a encontrarlas. Y si realmente
no habían existido nunca ¿cómo podría demostrarlo?
Afortunadamente, lo primero que
se me ocurrió fue pedir la fórmula con la que se calculaban los dígitos de control
que incluyen las cuentas, un par de cifras que se calculan a partir del resto
de las cifras de la cuenta. Comprobé entonces que solo una de las tres tenía
los dígitos correctos. Así que le dije al juez que, en mi opinión, esas cuentas no habían existido nunca, y que,
aunque el que había escrito la carta debía ser empleado de la sucursal, ya que
el papel y el sello eran auténticos, había acertado los dígitos en una por
casualidad o, conociendo la fórmula, se había equivocado al aplicarla a las
otras dos.
Al juez no le gustó nada mi
conclusión, porque tenía unas ganas
tremendas de meterle un buen puro al Banco X. Dijo que el empleado también se
podría haber equivocado al copiar en la carta los números de las cuentas. Le
expliqué que para que salieran esos dígitos de control tenía que haberse
equivocado en al menos dos cifras en cada una de las dos cuentas, lo cual me
parecía muy poco probable, sobre todo en un empleado de banca.
Más tarde me enteré de que, al
parecer, la carta la había escrito, con nombre falso, un antiguo empleado que había tenido problemas
con el director de la sucursal y había sido expulsado. Había encontrado trabajo
en otra entidad bancaria, pero se había llevado un sello y papel de la sucursal,
decidido a vengarse.
jueves, 30 de octubre de 2014
sábado, 25 de octubre de 2014
Las siete palabras
Retiró los cascotes y los cristales rotos de la banqueta y del órgano
electrónico, un Roland con inmejorables prestaciones, milagrosamente intacto y
pulsó el interruptor de encendido. Pero la pequeña pantalla de control no se
iluminó. La explosión, además de haber arrasado la ciudad, arrancando de cuajo
paredes y tejados, la había dejado sin electricidad.
Pulsó una tecla, pero ningún sonido respondió.
Se sentó en la banqueta contemplando, más allá de las inexistentes
paredes, las ruinas de su ciudad. Apenas un muro se mantenía en pie. Los
árboles de las avenidas también habían sido arrancados de cuajo. Sus hojas,
consumidas por el tremendo calor generado.
Él aún vivía porque vivía en el extrarradio y estaba en el sótano
cuando todo ocurrió, pero ¿cuántas personas habrían muerto? Millones… ¿Quién
podría perdonar a quienes habían hecho aquello?. Sabían perfectamente lo que
hacían.
Extendió los dedos sobre el teclado y, con un golpe seco, tocó un mudo
acorde lleno de disonancias. Levantó las manos y volvió a repetir el golpe una
y otra vez, cada vez más rápido, desesperado.
Desde allí podía ver gran parte de la ciudad. ¿Volvería a ser alguna
vez el paraíso que había sido? Él ciertamente no estaría allí si algún día
volvían los jardines, las grandes avenidas, los bellos edificios.
Miró hacia donde había estado su parroquia. No había nada. Para
siempre habían desaparecido sus blancos muros, su alta torre, sus coloridas
vidrieras,… Dios había abandonado la Tierra.
Dejó que el mudo acorde sonara en su mente mientras observaba a las
pocas personas que se movían como espectros por las calles cercanas: un hombre
que lloraba arrodillado ante la que fue su casa; una mujer con la mirada
perdida que sostenía entre sus brazos a su hijo muerto…
Se levantó y, entre los escombros, se dirigió a la cocina. Una viga
había derribado y medio aplastado la nevera, pero de la puerta entreabierta
pudo coger un botellín de cerveza intacto. Lo abrió dando un golpe en la viga
con el borde de la chapa y bebió un sorbo. Estaba caliente, pero le calmó la
sed.
Volvió al órgano.
La mujer del niño muerto yacía extendida en medio de la calle. El niño
había escapado de sus brazos y permanecía inmóvil, boca arriba, un metro más
allá. Al hombre arrodillado no se le veía, quizás invisible tras los escombros
de su casa.
Todo había concluido. Iba a morir. Lo sabía. La radiación estaba
haciendo su mortífera labor. Pero no se rendiría. No moriría desesperado. Sabía
que había un mejor más allá.
Sus manos se deslizaron por el teclado interpretando una melodía que,
aunque no sonara, él podía oír.
lunes, 20 de octubre de 2014
Cambio de moneda
Hace unos días, al salir de casa,
me llamó un hombre que estaba al volante de un coche rojo, aparcado en la
puerta del garaje de la casa de enfrente.
- Perdone. ¿Hay algún Citibank
por aquí cerca? - me preguntó el hombre, que imaginé sería un hispano de
Estados Unidos.
- Pues no. Me parece que no hay
ninguno por aquí.
- Es que quería cambiar unos
dólares por pesetas.- me dijo enseñándome el fajo de dólares que llevaba en la
billetera.
- Ya no funciona la peseta. En
España ahora la moneda es el Euro.
- ¡Ah!... ¿Y sabe a cuanto está
el cambio?
- Pues, no sé... un dolar con
veinte por euro, más o menos.
- ¿Y de qué color son los euros?
La pregunta me desconcertó: ¿qué
importa el color?
- ¿Puede enseñarme alguno? -
insistió.
Saqué la billetera y le enseñé el
único billete de veinte euros que llevaba. Él asintió, me dio las gracias y me
marché.
Mientras me iba pensé: ¿Esto no
me había ocurrido ya otra vez? ¿era un "dejà -vu"?... No. Seguro. Fue
hace dos o tres años. Incluso el coche era rojo también la otra vez.
Pero... ¿puede pasar una cosa así
dos veces?
Por supuesto que no, a menos
que...
Cuando él me preguntó si había
cerca un Citibank, la respuesta que esperaba era seguramente que no, pero que
era inútil que buscara uno porque era sábado y lo encontraría cerrado. Entonces
se habría lamentado porque necesitaba cambiar dólares.
No se lamentó, pero me dijo que
quería cambiar dólares por pesetas y me enseñó el fajo de billetes. Lo del fajo
era para que yo me diera cuenta de que podía hacer un buen negocio. Lo de las
pesetas, para que pensara que tenía un despiste monumental.
Supongo que la reacción mía,
diciendo que ahora se usaban los euros, era la que esperaba y me preguntó a
cuanto estaba el cambio. Si yo hubiera sido "listo" le habría dicho
que a uno ochenta o a dos dólares por euro. Yo debía tener claro que él no
tenía ni idea y que aquel fajo de dólares, seguramente falsos, era para mí.
Como le dije una cifra que era
aproximadamente correcta, me preguntó por el color de los euros y yo le enseñé
mi billetera prácticamente vacía, con lo que debió llegar a la conclusión de
que le iba a costar trabajo hacer negocio a costa mía.
miércoles, 15 de octubre de 2014
viernes, 10 de octubre de 2014
domingo, 5 de octubre de 2014
Perdonar post mortem
¿Te ha pedido alguna vez perdón alguien que te haya
ofendido? No me refiero a alguien con quien, por ejemplo, has tropezado y te
dice "perdón", ni a algún amigo o familiar con quién has discutido y
con el que, al cabo de tres días, estás charlando como si no hubiera pasado nada. Me refiero a alguien que te haya ofendido
gravemente. O crea haberlo hecho.
A mí, sí.
Uno de los operadores del ordenador me dijo un día "Don
Florentino, tengo que pedirle perdón."
"¿Por qué?", le pregunté sorprendido.
"He hablado mal de Usted muchas veces."
¿Que habrá dicho?, pensé, ¿que soy un cabrón, un marica, un
hijo de puta...?
"¿Y qué es lo que has ido contando?"
"Que no da Usted ni golpe."
Casi me da la risa floja, pero me contuve: "Bueno, no te preocupes. Yo creo que
trabajo bastante, pero la verdad es que me gusta aparentar que no hago nada, así
que si a ti te lo ha parecido, en realidad la culpa es mía."
El hombre se marchó contento. Luego me dijeron que había
tenido una crisis y estaba en tratamiento psiquiátrico. Lo de pedir perdón
igual formaba parte de él.
En este caso no me sentí ofendido en absoluto, pero creo que
si alguno de los que realmente me han ofendido me hubiera pedido perdón, le
habría perdonado sin problema. Pero como
no lo han hecho, me hierve la sangre cuando recuerdo (afortunadamente con poca
frecuencia) lo sucedido.
En el Padrenuestro pedimos a Dios que perdone nuestras
ofensas "como también nosotros perdonamos a quien nos ofende", lo
cual es perfectamente lógico porque ¿con que cara podemos pedirle a Él que nos
perdone si nosotros no somos capaces de perdonar?
Así que me gustaría perdonar a todos los que me han
ofendido. Pero no puedo evitar que a veces recuerde y me hierva la sangre. E
incluso que a veces me procure pequeñas venganzas.
Alguno de mis ofensores ya ha muerto, y me pregunto (para
ellos y para los que inevitablemente algún día morirán) ¿deseo que ardan para
siempre en el infierno? Pues no. La verdad es que no. No deseo que ardan en el
infierno. Espero que, cuando yo muera, Dios me perdone y me los encuentre en el
cielo.
¿Deseo que me pidan
perdón cuando los encuentre allí? Pues tampoco. Inmersos en la inmensidad del
amor de Dios, espero que serán como amigos con los que alguna vez tuve una
discusión sin importancia.
A esto lo podríamos llamar "perdonar post mortem". ¿Basta esto para que pueda rezar sinceramente
el Padrenuestro?
martes, 30 de septiembre de 2014
jueves, 25 de septiembre de 2014
Una máquina cuántica del tiempo
El 5 de enero
de 2087 el Profesor Deveraux, de la prestigiosa Universidad Poliétnica de Nueva
Orleans, anunció en una expectante rueda de prensa que él y su equipo habían
conseguido construir una máquina capaz de enviar pequeños objetos y animales al
futuro. Se trataba de un poderoso conjunto de emisores de ondas ultracuánticas
que, mediante la distorsión del complejo entramado espaciotemporal de una
pequeña zona, conseguía trasladar lo que se encontrara en ella a un posterior
momento temporal.
El primer
experimento exitoso se realizó con un pequeño papel firmado por el propio
Profesor Deveraux y sus dos principales ayudantes, el Profesor
Maharamurtikalipandra y el Doctor Yi. Sometido a una relativamente suave emisión
de ondas ultracuánticas, el papel desapareció de la vista, volviendo a aparecer
intacto unos minutos más tarde.
Siguieron una
serie de experimentos, con distintas intensidades de ondas y con objetos de distinto
volumen y densidad, a fin de calibrar la máquina del tiempo, pasándose a
continuación a experimentar con seres vivos.
En un primer
experimento, un hamster fue sedado, de
acuerdo con la Convención de Tombuctú, a fin de que no sufriera si moría como consecuencia del experimento. El hamster desapareció durante los cinco
minutos previstos, volviendo a aparecer vivo y sedado, por lo que se decidió
repetir el experimento sin sedación. Para que el hamster no escapara, se le
introdujo en una pequeña caja de cartón. Caja y hamster desaparecieron durante
cinco minutos, tras los que reaparecieron tal como se les había dejado.
Nuevamente
sedado, en prevención de que muriera si el tiempo transcurrido era demasiado
largo, se repitió el experimento fijando el tiempo de regreso en un día. El
experimento tuvo éxito, por lo que se repitió con el hamster sin sedar y dentro
de la caja. Al aparecer la caja, se observó que tenía un agujero en un lateral
y que el hamster no estaba dentro, aunque, tras una búsqueda intensiva se le
encontró vivo debajo de uno de las estanterías del laboratorio.
Tras unos días
de sesudas reflexiones, el Profesor Maharamurtikalipandra llegó a la
conclusión de que el que el hamster
hubiera escapado de la caja tenía una explicación cuántica, completamente
compatible con el carácter ultracuántico
de las ondas utilizadas: Durante el tiempo en que caja y hamster desaparecen,
todas y cada una de sus partículas elementales no se encuentran en un estado
concreto, describiendo sus "funciones de onda" la probabilidad de que
se encuentren en un estado o en otro. En el momento en que caja y hamster reaparecen
y son observados, esas funciones de onda "colapsan" encontrándose
cada partícula, y por tanto el conjunto caja-hamster, en un estado concreto
entre los permitidos que, en este caso, era el
de que el hamster hubiera conseguido horadar la caja y escapar.
A fin de
comprobar la teoría se introdujeron en una caja dos gusanos de seda junto a
algunas hojas intactas de morera, trasladandolos un día hacia el futuro. Cuando
se abrió la caja se encontró que algunas hojas habían sido medio comidas por
los gusanos.
Visto el éxito
del experimento se decidió construir una máquina más potente, que permitiera el
traslado en el tiempo de seres humanos. La nueva máquina estuvo lista el 7 de
mayo de 2090 y tras unas pruebas iniciales con objetos y pequeños animales, el
Profesor Maharamurtikalipandra se autopropuso para ser el primer humano en
trasladarse en el tiempo. Se estableció primero un traslado de unos pocos
minutos, tras los que el profesor Maharamurtikalipandra reapareció sentado, más
o menos en la misma postura. Preguntado por qué sensaciones había
experimentado, aseguró que había permanecido allí sentado y que no creía que hubiese
sido trasladado en el tiempo.
En el
siguiente experimento fue el propio Profesor Deveraux el que se sentó en la
máquina para ser trasladado seis horas
en el tiempo. Seis horas después de haber desaparecido, volvió a aparecer el
asiento, pero no el profesor. Se le buscó por todo el edificio del laboratorio
universitario y, al no encontrarlo, se llamó a su casa, donde el Profesor
Deveraux se encontraba durmiendo en su cama.
Según la
versión del Profesor Deveraux, estuvo sentado ante la máquina durante un par de
horas, tras las que se había levantado para ir al excusado. Luego dió un paseo
andando y, cansado, al pasar ante su casa, había decidido acostarse un rato. La
explicación "cuántica" de lo sucedido era que el profesor había sido
trasladado efectivamente en el tiempo; durante seis horas el profesor no había
estado en ningún estado concreto, pero, al colapsarse las funciones de onda de
todas sus partículas elementales, el profesor se encontró en uno de los posibles estados permitidos, incluidos
los recuerdos correspondientes a dicho estado.
Como resultado
de todo lo experimentado, el Profesor Deveraux redactó un informe, publicado
por el New Scientist en su edición de diciembre de 2090, en el que constataba
el éxito del experimento junto con su
absoluta inutilidad, ya que, aunque el traslado en el tiempo había funcionado
correctamente, el resultado no podía diferenciarse de lo que hubiera podido
ocurrir de no haberse realizado. En particular, por ejemplo, si una persona
realizara un viaje de veinte años en el tiempo, cuando esa persona reapareciese
tendría veinte años más y una historia de veinte años perfectamente congruente.
Si el viaje fuese de doscientos años, la persona aparecería muerta y enterrada
o simplemente no aparecería, ya que uno de los posibles colapsos de las
funciones de onda incluiría su muerte, incineración y dispersión de sus cenizas
en el mar.
El Profesor
Deveraux, en su escrito, aseguraba además que, de poderse realizar un viaje al
pasado, el único posible "colapso" era volver a ser quien había sido,
sin ningún recuerdo del futuro, con el agravante de que, al haber desaparecido del
presente su viaje era equivalente a un asesinato o un suicidio.
sábado, 20 de septiembre de 2014
El último ritual
Cuarto fragmento de los textos encontrados en Schimatari.
... el gran silencio que precede a la
tragedia. Un silencio hecho de alientos contenidos, de miradas inquietas que van
del esposo al pretendiente, y del pretendiente al punto del horizonte por donde ha de salir
el sol.
Los pájaros han callado y ni un breve
soplo de viento hace vibrar las desnudas ramas de los árboles.
Estoy seguro: Ni un leve parpadeo traiciona
la tensión de los cuerpos de los dos contendientes, que se observan mutuamente,
buscando el punto desguarnecido en que, al salir el sol, intentarán clavar sus
lanzas.
El esposo, montado en su carro tirado
por bueyes, en el camino que viene del templo. El pretendiente, a pie, en el camino
que va hacia el bosque sagrado. Las negras sacerdotisas de Hécate, en el camino
que va hacia la isla de los muertos. La roja sacerdotisa, en el agudo ángulo de
la bifurcación. Y todo el pueblo, apelotonado en los bordes del camino,
intentando no perderse un solo segundo del cruento espectáculo.
Dos años de malas cosechas. ¡Oh, Hécate, ayuda al aspirante!
Dos años de malas cosechas. ¡Oh, Hécate, ayuda al aspirante!
...
Soy ciego, pero veo más que el resto de
los mortales. O quizás no sea que veo más, sino que, en la oscuridad de mi
noche perpetua, oigo mejor. Y sé, porque me lo ha contado una vieja lechuza,
que este será el último ritual de año nuevo en que se enfrentarán pretendiente y esposo. Se acercan las bárbaras hordas...
lunes, 15 de septiembre de 2014
Tetraedrón - 35 - Como viajar en el espacio-tiempo
Ver la entrada TETRAEDRÓN del 8 de Febrero de 2017.
miércoles, 10 de septiembre de 2014
Canción del jinete
Esta es la música que le puse a la "Canción del jinete" de Federico García Lorca:
Córdoba,
lejana y sola.
Jaca negra, luna grande,
y aceitunas en mi alforja.
Aunque sepa los caminos
yo nunca llegaré a Córdoba.
Por el llano, por el viento,
jaca negra, luna roja,
la muerte me está mirando
desde las Torres de Córdoba.
¡Ay, que camino tan largo!
¡Ay, mi jaca valerosa!
¡Ay, que la muerte me espera
antes de llegar a Córdoba!
Córdoba,
lejana y sola.
viernes, 5 de septiembre de 2014
Amar otra vez
Gunter
Pfeiffer y Gunter Pfeiffer destaparon la pequeña urna y depositaron las cenizas
de su amada Elisabeth en el fondo del hoyo que habían cavado. Sacaron de su
maceta el cepellón de un joven ciprés de metro y medio de altura y lo colocaron
sobre las cenizas, rellenando a continuación el espacio sobrante con la tierra
que habían sacado del hoyo. Luego, en silencio, volvieron a la casa y se
sentaron en el porche, desde donde se veía todo el jardín con el ciprés al
fondo.
Media hora más
tarde Gunter Pfeiffer miró a Gunter Pfeiffer y le preguntó si los cuarenta años
adicionales vividos junto a Elisabeth conseguían aminorar la sensación de vacío
que dejaba su muerte, a lo que Gunter Pfeiffer contestó que no solo no había
disminuido, sino que incluso lo embargaba con más intensidad. Al fin y al cabo,
tú volverás a vivir cuarenta años junto a ella, añadió, mientras que yo ya la
he perdido para siempre.
¿Y por qué en
vez de volver yo solo no volvemos juntos los dos?, insinuó Gunter Pfeiffer. No
funcionaría, contestó el otro, si hubiera funcionado habríamos sido tres todos
estos años; en todo caso guardo para mi vejez los recuerdos de ochenta años felices.
Luego sonrió y dijo: ¿Te acuerdas del trabajo que me costó convencerte de que
tú y yo éramos la misma persona?... Y eso que al volver cuarenta años atrás
también mis células rejuvenecieron cuarenta años y éramos idénticos...
Es cierto, más
del que nos costó convencer a Elisabeth, contestó Gunter Pfeiffer.
Luego volvió
de nuevo el silencio, hasta que Gunter Pfeiffer decidió que había llegado la
hora de volver al pasado.
sábado, 30 de agosto de 2014
lunes, 25 de agosto de 2014
miércoles, 20 de agosto de 2014
Diosas y dioses
Este es el tercer fragmento, traducido por el Profesor
Papadopoulos, de los papiros encontrados en Schimatari:
Nuestros antepasados no sospechaban que
hubiese relación entre el acto sexual y el parto. Naturalmente, fueron las
mujeres las primeras en descubrirlo, pero guardaron por mucho tiempo el
secreto: Se suponía que eran los espíritus de los antepasados los que las
hacían fecundas. O los ríos, o un árbol, o una roca... quizás una ráfaga de
aire o un pájaro totémico.
El hombre era algo útil para el
trabajo, para la guerra... y para el amor. Pero las funciones importantes,
religiosas y civiles, eran desempeñadas por aquellas de quienes dependía la más
importante de todas: la procreación.
Es por tanto lógico que se supusiera
sexo femenino a quién creó todo el universo, entronizándose como divinidad a
“La Gran Madre”, fértil en grano, frutos y caza.
Se erigieron templos en toda la Hélade
dedicados a ella, pero se cometió un error: se le asignaron distintas
advocaciones: aquí se la llamó Demeter, diosa del grano, allí Hécate, la bruja,
más allá Perséfone, reina del inframundo, Hestia, la diosa virgen,… Y pronto se convirtieron en diosas rivales.
Por otra parte, llegó un día en que, o
por una indiscreción, o porque los hombres también aprendieron a contar, fue de
conocimiento público que diez lunas era el periodo entre la siembra y la
recolección, y pronto se preguntaron quién fecundaba a las diosas. Y nacieron
los dioses, en competencia con ellas: Ades, Cronos, Urano… Porque aunque el
pueblo crea que los actos de los hombres están determinados por los deseos de
los dioses, que son, respecto a ellos, omnipotentes, lo cierto es exactamente
lo contrario, ya que son los dioses fiel reflejo de las ideas y las costumbres
de los hombres.
No es que los dioses no existan. Pero
es como si diésemos nombres a las olas del mar, sin darle al mar ningún nombre. Es también como si fuera una piedra preciosa tallada en mil
facetas, de las que el hombre puede iluminar a su conveniencia las que más le
interesen. Ese mar y esa gema no son ni macho, ni hembra. O quizás sean las dos
cosas al mismo tiempo. No son ni uno, ni múltiple. O quizás reúna en sí los dos
aspectos, igual que reúne todas las virtudes y todos los defectos; la máxima
belleza y la fealdad extrema; la alegría y el desconsuelo; la esperanza y el
terror. Divino Caos.
viernes, 15 de agosto de 2014
domingo, 10 de agosto de 2014
Gimnasia
Como no soy nada deportista, no
es de extrañar que, al llegar al cuarto curso, aún no me hubiera examinado de
las tres asignaturas de gimnasia que figuraban en el curriculum de la carrera
de Matemáticas. Es más, en cuarto me presenté a los exámenes de junio sin haber
asistido ni un día a clase, lo que me valió que el profesor se negara a
examinarme hasta septiembre.
En septiembre me levanté con
cuarenta grados de fiebre el día del examen. Pero si dejaba el examen para el
año siguiente, lo más que podría hacer era superar dos exámenes, el junio y el
de septiembre, con lo que me quedaría sin terminar la carrera por falta de una
gimnasia.
Decidí hacer trampa: pedí a un
compañero de residencia, con una complexión similar a la mía, que se examinara
por mí. No fue fácil convencer a Pepe Pérez, que así se llamaba, pero lo hizo.
Sobresaliente. Por lo visto corría como un galgo.
El año siguiente fui a clase el
primer día, pero solo el primero: El profesor explicó que todos los que
habíamos sacado sobresaliente el año anterior tendríamos las clases en días
distintos del resto para prepararnos para unas olimpiadas universitarias que se
iban a celebrar. Estaba claro que o me rompía una pierna o iba a descubrir el
engaño.
Cuando se acercaban los exámenes
de junio, un compañero me dio una noticia esperanzadora: se habían suspendido
las clases de gimnasia por enfermedad del profesor. No es que me alegrara de
que el hombre estuviera enfermo, pero, como se confirmó el día del examen, era
posible que el examinador fuera otro.
Por desgracia, el nuevo profesor
llevaba anotado en la lista de examinandos el número de clases a las que habían
asistido, y también se negó a examinarme. Le expliqué que me quedaban dos
gimnasias y que entonces me quedaría una colgada para el año siguiente, pero se
negó en redondo. Tenía orden del jefe del departamento de deportes de no examinar
a nadie en esas circunstancias.
¿El jefe del departamento de deportes?...
¿Quién era?
Resultó ser el jefe de la policía
motorizada de Barcelona, cosa, en principio, poco esperanzadora. Pero me armé
de valor y fui a verle a su despacho de Montjuich.
Le expliqué el caso.
¡Pero hombre, qué barbaridad! ¿Cómo
se le ocurre dejar las gimnasias para última hora con lo fácil que es ir
aprobándolas curso a curso? ¡Y encima me viene a mí con el problema! ¡Mira que
les tengo dicho a los profesores que no me manden a nadie! ¡Me va a oír ese
profesor xxx! Porque, claro ¿cómo me voy
a negar yo a aprobarle y hacerle perder a usted un año?...
martes, 5 de agosto de 2014
miércoles, 30 de julio de 2014
viernes, 25 de julio de 2014
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