jueves, 25 de diciembre de 2014

Lago de Zurich

Estas fotos son de hace 50 años. Las primeras están hechas durante mi estancia en Zurich con la Contax que tenía antes de hacer una excursión a Italia, donde me la robaron. La sexta, la estatua de Ganímedes, la hice con la Rolleiflex que me compré a la vuelta.








  





Las siguientes no son del Lago de Zurich, pero son de sitios cercanos y están en las mismas tiras de negativos de la Contax que las anteriores. 









sábado, 20 de diciembre de 2014

Feliz Navidad


Virgen de la Arrixaca
Anónimo del siglo XII-XIII
Iglesia de San Andrés y Santa María de la Arrixaca
Murcia

Fotografía de Pablo Almansa 
tomada del libro MIRABILIA
editado por la Fundación CajaMurcia

miércoles, 10 de diciembre de 2014

Perdiendo peso

 A Teresa se le iluminó el rostro cuando vio la cifra que marcaba la báscula: 71. ¡Setenta y un kilos! ¡Había perdido nueve kilos en una semana!


Se palpó la tripa ilusionada. Tendría que darse un garbeo por Serrano en busca de ropa adecuada a su nueva talla.

Se alzó los pechos con las manos y se volvió hacia el espejo para  admirar su nueva figura, pero un leve temor la invadió: Había perdido peso, pero no parecía que hubiese perdido cintura.

Abrió el armario y sacó una falda, que guardaba de épocas mejores, con la ilusión de que algún día podría volver a ponérsela. Consiguió subirla hasta la cintura, pero casi se queda sin aliento al encoger la barriga para cerrar la cremallera.

Bueno, pensó, tendré que adelgazar más. Pero no hay duda de que el método Flashgood funciona. ¡Nueve kilos en la primera semana!

Se vistió, se tomó la aceituna rellena de  anchoa mientras contemplaba un bote de cristal lleno de deliciosos espárragos, cómo recomendaba el método, entre físico y psicológico, para el desayuno y, rebosando felicidad, se fue a la oficina en la que trabajaba como secretaria. 

No dijo nada, pero, cuando se fue con Rosa a comer, decidió saltarse por una vez el menú del régimen semanal y, además de la sopa de rabo de toro que tocaba los jueves, pidió una ensalada de lechuga.   

- ¿Pero no estaba prohibida la lechuga en el método Flashgood? - inquirió Rosa sorprendida.

- Nueve kilos. Nueve kilos he adelgazado en una semana. ¿No me merezco un premio?

- ¿Nueve kilos? ¿Estás segura?

Teresa estaba segura, pero, cuando volvió a casa para quitarse el traje, volvió a pesarse. 70. ¡Un kilo en menos de doce horas! Casi se desmaya de la emoción. El método Flashgood recomendaba no pesarse más de una vez por semana, aduciendo que las pequeñas variaciones diarias podían deberse a haber hecho un "tránsito" (?) rápido o a no haberlo hecho, induciendo a falsas ilusiones o desilusiones nefandas. Se prometió no pesarse hasta pasar una semana y, poniéndose un chándal, se dirigió a la cercana franquicia de Flashgood para someterse a las preceptivas sesiones de ultrasonidos, microondas, ondas magnéticas y toda la parafernalia de aparatos que justificaban el elevado precio del método, y que Teresa, vistos los resultados, no dudaba en calificar como adecuado.

Y una semana más tarde Teresa volvió a pesarse.  
  
¡60! Teresa, entre incrédula e ilusionada, no podía apartar la vista del número que le mostraba la  báscula. Se volvió hacia el espejo, pero lo que vio le quitó la ilusión, dejándola simplemente incrédula. Si: puede que las cartucheras fueran un poco menos prominentes, pero nada más. Eso no podía justificar una pérdida de veinte kilos.

Se sentó en la cama y meditó. Solo podía haber una explicación: la pila de la báscula se estaba agotando. En realidad no había adelgazado nada. ¡Nada! La báscula no funcionaba correctamente. Y lloró. Desconsoladamente, lloró.

Se vistió. Desayunó las cinco aceitunas rellenas de anchoa que quedaban en la lata, y luego abrió el bote de espárragos y se tragó sin más aliño los seis que contenía... ¡A la porra con Flashgood y sus métodos!

Luego, antes de ir a la oficina, se acercó a la franquicia, decidida a rescindir el contrato y a que le devolvieran el dinero. Pero se llevó una sorpresa: la franquicia estaba clausurada por orden gubernativa.

- ¿Te encuentras bien? - le preguntó Rosa en cuanto entró en la oficina.

- Destrozada. Me estaba haciendo la ilusión de que estaba perdiendo peso... veinte kilos menos, pero nada...

- ¿Pero no te has enterado de lo de Flashgood?

- He visto que lo han cerrado por orden gubernativa.

- Salió anoche en las noticias. Ha habido casos en todo el mundo: en Inglaterra, en Francia, en Estados Unidos... Sobre todo en Estados Unidos: veinte personas tratadas con el método Flashgood fueron perdiendo peso, perdiendo peso... No masa, solo peso... Hasta que, al pesar menos que el aire, comenzaron a elevarse como globos. A la mayor parte, por fortuna, les ocurrió por la noche, y amanecieron en el techo de su dormitorio. A una jequesa de Dubai la empujó el viento hasta la torre Burj Khalifa y tuvo la suerte de poder agarrarse de la antena que la corona... En la india, una turista inglesa ascendió hasta el techo de un templo. Aterrorizada, gritaba tanto que la consideraron una reencarnación  de Kali, y se organizaron largas colas para llevarle ofrendas... Otras aún flotan a gran altura y se están organizando expediciones de especialistas en caída libre para rescatarlas... 

martes, 25 de noviembre de 2014

El nacimiento de Atenea

Quinto fragmento de los papiros de Schimatari.

...pararon sus caballos y contemplaron el trágico escenario: apenas quedaba nada de la humeante choza; varios buitres hurgaban en las entrañas de un par de  cerdos, degollados en la cochiquera; uno empezó a picotear los ojos de un campesino semidesnudo, seguramente violado como su mujer por los mismos que los mataron. Él, joven y fuerte, no debía tener más de veinte años; ella, algo menos.

- Esto no puede continuar. - dijo Zeus, al tiempo que apartaba al buitre del lado de los muertos - Si matamos a los campesinos ¿quién cultivará los campos? ¿quién cuidará del ganado?... ¿Se han vuelto locos nuestro padre y sus hombres?

Un fuerte llanto infantil rompió el silencio que siguió a sus palabras. Miró a su alrededor y, junto a las coles del pequeño huerto, envuelta en unas suaves pieles, descubrió a la criatura. Estaría dormida durante la tragedia, y los asesinos no la habían visto.

Se bajó del caballo y, cojeando ligeramente por culpa de la herida del muslo, se acercó y apartó las pieles, comprobando que era una niña. Ella calló un momento, le agarró un dedo y se lo llevó a la boca para chuparlo. Zeus comprendió que lloraba de hambre. Volvió al caballo, sacó de su zurrón un trozo de pan duro y se lo ofreció a la niña, que había vuelto a llorar. Como no lo cogía, se lo acercó a la boca, descubriendo apenado que no tenía dientes.

¡Pobre criatura! ¿Cómo podría sobrevivir si había nacido sin dientes? Pensó en matarla para evitarle la desagradable vida que iba a tener que soportar. Sacó del cinto un cuchillo curvo y lo levantó con intención de degollarla, pero en ese momento la niña le sonrió. Zeus pensó que era la sonrisa más hermosa que había visto jamás. Guardó el puñal y, tomando el trozo de pan, lo masticó hasta convertirlo en una suave papilla que depositó en el cuenco de una mano; luego, mojando en ella el dedo índice de la otra, lo fue metiendo en la boca de la pequeña hasta que no quedó nada.

- ¿Qué haces? - preguntó Poseidón, que le observaba incrédulo.

- Doy de comer a mi hija.

- ¿Tu hija? ¿Estás loco? ¿Cómo va a ser tu hija si la primera vez que has visto a su madre, ya estaba muerta?

- No hay madre. Se ha gestado en mi pierna y acabo de parirla. ¿No la has visto salir de la herida del muslo?

- Nadie va a creerlo.

- Tendrán que creerlo si yo lo digo y tú lo confirmas. ¿O acaso alguien se atreverá a contradecir a los hijos del poderoso Cronos?


- Puesto a inventar, podrías decir que salió de tu cráneo después de un fuerte dolor [de cabeza.]
              

El fragmento, que termina en la palabra "dolor",  no menciona el nombre de la pequeña, pero  se ha supuesto en el título que se trata de Atenea, porque en la mitología clásica esta diosa nace precisamente de la cabeza de Zeus, aunque, eso sí, no nace niña, sino ya desarrollada, vestida y completamente armada.  


jueves, 20 de noviembre de 2014

Escritura experimental en España, 1963-1983

Hasta el 11 de Enero próximo se puede visitar en el Círculo de Bellas Artes de Madrid una interesante exposición de la que reproduzco la invitación:


El catálogo de la exposición, magníficamente editado, incluye un amplio y documentado estudio del tema, escrito por Javier Maderuelo, comisario de la exposición, en el que se cita varias veces al Centro de Cálculo de la Universidad de Madrid. Reproduzco a continuación cuatro de las páginas que le dedica:






 Nota: los títulos de las dos últimas imágenes están intercambiados.



lunes, 10 de noviembre de 2014

Reebok

A esta musiquilla le puse por nombre Reebok porque cuando la escribí tenía una caja de zapatos a la vista.



miércoles, 5 de noviembre de 2014

El caso de las cuentas inexistentes

Solamente he actuado una vez como perito informático para un juez:

Habían asesinado a un traficante de drogas homosexual, y el juez había enviado un apremio a todos los bancos para que le informaran de si el muerto tenía alguna cuenta en ellos. Entre otras, recibió una carta de una sucursal de un importante banco nacional, al que llamaremos Banco X, diciendo que el interfecto tenía allí tres cuentas, de las que daba sus números.

El juez pidió entonces al banco que le enviara el detalle de esas cuentas en una serie de años, pero el banco contestó que esas cuentas no existían, ni ninguna otra a nombre del muerto, y que, aunque el papel de la carta y el sello de la sucursal eran auténticos, la persona que la firmaba no era, ni había sido nunca, un empleado del banco.

El juez tenía la sospecha de que las cuentas habían existido, pero que el banco las había borrado para no ver su nombre envuelto en problemas de drogas y homosexualidad. También sospechaba que al empleado que escribió la nota le habían trasladado, y que tanto a él como al resto del personal de la sucursal se les había dado una paga extra para que tuvieran la boca cerrada.

Y allí me  vi, trasteando con los ordenadores centrales y los archivos del Banco X, convencido, por otra parte, de que si el banco había borrado las cuentas, difícilmente iba yo a encontrarlas. Y si realmente no habían existido nunca ¿cómo podría demostrarlo?

Afortunadamente, lo primero que se me ocurrió fue pedir la fórmula con la que se calculaban los dígitos de control que incluyen las cuentas, un par de cifras que se calculan a partir del resto de las cifras de la cuenta. Comprobé entonces que solo una de las tres tenía los dígitos correctos. Así que le dije al juez que, en mi opinión,  esas cuentas no habían existido nunca, y que, aunque el que había escrito la carta debía ser empleado de la sucursal, ya que el papel y el sello eran auténticos, había acertado los dígitos en una por casualidad o, conociendo la fórmula, se había equivocado al aplicarla a las otras dos.   

Al juez no le gustó nada mi conclusión, porque tenía unas  ganas tremendas de meterle un buen puro al Banco X. Dijo que el empleado también se podría haber equivocado al copiar en la carta los números de las cuentas. Le expliqué que para que salieran esos dígitos de control tenía que haberse equivocado en al menos dos cifras en cada una de las dos cuentas, lo cual me parecía muy poco probable, sobre todo en un empleado de banca.


Más tarde me enteré de que, al parecer, la carta la había escrito, con nombre falso, un  antiguo empleado que había tenido problemas con el director de la sucursal y había sido expulsado. Había encontrado trabajo en otra entidad bancaria, pero se había llevado un sello y papel de la sucursal, decidido a vengarse.    

sábado, 25 de octubre de 2014

Las siete palabras

Retiró los cascotes y los cristales rotos de la banqueta y del órgano electrónico, un Roland con inmejorables prestaciones, milagrosamente intacto y pulsó el interruptor de encendido. Pero la pequeña pantalla de control no se iluminó. La explosión, además de haber arrasado la ciudad, arrancando de cuajo paredes y tejados, la había dejado sin electricidad.

Pulsó una tecla, pero ningún sonido respondió.

Se sentó en la banqueta contemplando, más allá de las inexistentes paredes, las ruinas de su ciudad. Apenas un muro se mantenía en pie. Los árboles de las avenidas también habían sido arrancados de cuajo. Sus hojas, consumidas por el tremendo calor generado.

Él aún vivía porque vivía en el extrarradio y estaba en el sótano cuando todo ocurrió, pero ¿cuántas personas habrían muerto? Millones… ¿Quién podría perdonar a quienes habían hecho aquello?. Sabían perfectamente lo que hacían.

Extendió los dedos sobre el teclado y, con un golpe seco, tocó un mudo acorde lleno de disonancias. Levantó las manos y volvió a repetir el golpe una y otra vez, cada vez más rápido, desesperado.

Desde allí podía ver gran parte de la ciudad. ¿Volvería a ser alguna vez el paraíso que había sido? Él ciertamente no estaría allí si algún día volvían los jardines, las grandes avenidas, los bellos edificios.

Miró hacia donde había estado su parroquia. No había nada. Para siempre habían desaparecido sus blancos muros, su alta torre, sus coloridas vidrieras,… Dios había abandonado la Tierra.

Dejó que el mudo acorde sonara en su mente mientras observaba a las pocas personas que se movían como espectros por las calles cercanas: un hombre que lloraba arrodillado ante la que fue su casa; una mujer con la mirada perdida que sostenía entre sus brazos a su hijo muerto…

Se levantó y, entre los escombros, se dirigió a la cocina. Una viga había derribado y medio aplastado la nevera, pero de la puerta entreabierta pudo coger un botellín de cerveza intacto. Lo abrió dando un golpe en la viga con el borde de la chapa y bebió un sorbo. Estaba caliente, pero le calmó la sed. 

Volvió al órgano.

La mujer del niño muerto yacía extendida en medio de la calle. El niño había escapado de sus brazos y permanecía inmóvil, boca arriba, un metro más allá. Al hombre arrodillado no se le veía, quizás invisible tras los escombros de su casa.

Todo había concluido. Iba a morir. Lo sabía. La radiación estaba haciendo su mortífera labor. Pero no se rendiría. No moriría desesperado. Sabía que había un mejor más allá.

Sus manos se deslizaron por el teclado interpretando una melodía que, aunque no sonara, él podía oír.

La melodía fue adquiriendo intensidad, preparándose para el gran acorde final. Abrió los ojos y sonrió. Dios mío, pensó, en tus manos encomiendo mi espíritu.                       

lunes, 20 de octubre de 2014

Cambio de moneda

Hace unos días, al salir de casa, me llamó un hombre que estaba al volante de un coche rojo, aparcado en la puerta del garaje de la casa de enfrente.

- Perdone. ¿Hay algún Citibank por aquí cerca? - me preguntó el hombre, que imaginé sería un hispano de Estados Unidos.

- Pues no. Me parece que no hay ninguno por aquí.

- Es que quería cambiar unos dólares por pesetas.- me dijo enseñándome el fajo de dólares que llevaba en la billetera.

- Ya no funciona la peseta. En España ahora la moneda es el Euro.

- ¡Ah!... ¿Y sabe a cuanto está el cambio? 
 
- Pues, no sé... un dolar con veinte por euro, más o menos.

- ¿Y de qué  color son los euros?

La pregunta me desconcertó: ¿qué importa el color?

- ¿Puede enseñarme alguno? - insistió.

Saqué la billetera y le enseñé el único billete de veinte euros que llevaba. Él asintió, me dio las gracias y me marché.

Mientras me iba pensé: ¿Esto no me había ocurrido ya otra vez? ¿era un "dejà -vu"?... No. Seguro. Fue hace dos o tres años. Incluso el coche era rojo también la otra vez.

Pero... ¿puede pasar una cosa así dos veces? 

Por supuesto que no, a menos que...

Cuando él me preguntó si había cerca un Citibank, la respuesta que esperaba era seguramente que no, pero que era inútil que buscara uno porque era sábado y lo encontraría cerrado. Entonces se habría lamentado porque necesitaba cambiar dólares.

No se lamentó, pero me dijo que quería cambiar dólares por pesetas y me enseñó el fajo de billetes. Lo del fajo era para que yo me diera cuenta de que podía hacer un buen negocio. Lo de las pesetas, para que pensara que tenía un despiste monumental.

Supongo que la reacción mía, diciendo que ahora se usaban los euros, era la que esperaba y me preguntó a cuanto estaba el cambio. Si yo hubiera sido "listo" le habría dicho que a uno ochenta o a dos dólares por euro. Yo debía tener claro que él no tenía ni idea y que aquel fajo de dólares, seguramente falsos,  era para mí.

Como le dije una cifra que era aproximadamente correcta, me preguntó por el color de los euros y yo le enseñé mi billetera prácticamente vacía, con lo que debió llegar a la conclusión de que le iba a costar trabajo hacer negocio a costa mía.

Conclusión: si esto me ha pasado dos veces es que debo ser un poco despistado y tener cara de tonto.

domingo, 5 de octubre de 2014

Perdonar post mortem

¿Te ha pedido alguna vez perdón alguien que te haya ofendido? No me refiero a alguien con quien, por ejemplo, has tropezado y te dice "perdón", ni a algún amigo o familiar con quién has discutido y con el que, al cabo de tres días, estás charlando como  si no hubiera pasado nada.  Me refiero a alguien que te haya ofendido gravemente. O crea haberlo hecho.

A mí, sí.

Uno de los operadores del ordenador me dijo un día "Don Florentino, tengo que pedirle perdón."

"¿Por qué?", le pregunté sorprendido.

"He hablado mal de Usted  muchas veces."

¿Que habrá dicho?, pensé, ¿que soy un cabrón, un marica, un hijo de puta...?

"¿Y qué es lo que has ido contando?"

"Que no da Usted ni golpe."

Casi me da la risa floja, pero me contuve:  "Bueno, no te preocupes. Yo creo que trabajo bastante, pero la verdad es que me gusta aparentar que no hago nada, así que si a ti te lo ha parecido, en realidad la culpa es mía."

El hombre se marchó contento. Luego me dijeron que había tenido una crisis y estaba en tratamiento psiquiátrico. Lo de pedir perdón igual formaba parte de él.

En este caso no me sentí ofendido en absoluto, pero creo que si alguno de los que realmente me han ofendido me hubiera pedido perdón, le habría perdonado sin problema.  Pero como no lo han hecho, me hierve la sangre cuando recuerdo (afortunadamente con poca frecuencia) lo sucedido.

En el Padrenuestro pedimos a Dios que perdone nuestras ofensas "como también nosotros perdonamos a quien nos ofende", lo cual es perfectamente lógico porque ¿con que cara podemos pedirle a Él que nos perdone si nosotros no somos capaces de perdonar?

Así que me gustaría perdonar a todos los que me han ofendido. Pero no puedo evitar que a veces recuerde y me hierva la sangre. E incluso que a veces me procure pequeñas venganzas.

Alguno de mis ofensores ya ha muerto, y me pregunto (para ellos y para los que inevitablemente algún día morirán) ¿deseo que ardan para siempre en el infierno? Pues no. La verdad es que no. No deseo que ardan en el infierno. Espero que, cuando yo muera, Dios me perdone y me los encuentre en el cielo.

 ¿Deseo que me pidan perdón cuando los encuentre allí? Pues tampoco. Inmersos en la inmensidad del amor de Dios, espero que serán como amigos con los que alguna vez tuve una discusión sin importancia. 
 

A esto lo podríamos llamar "perdonar post mortem".  ¿Basta esto para que pueda rezar sinceramente el Padrenuestro?

jueves, 25 de septiembre de 2014

Una máquina cuántica del tiempo

El 5 de enero de 2087 el Profesor Deveraux, de la prestigiosa Universidad Poliétnica de Nueva Orleans, anunció en una expectante rueda de prensa que él y su equipo habían conseguido construir una máquina capaz de enviar pequeños objetos y animales al futuro. Se trataba de un poderoso conjunto de emisores de ondas ultracuánticas que, mediante la distorsión del complejo entramado espaciotemporal de una pequeña zona, conseguía trasladar lo que se encontrara en ella a un posterior momento temporal.

El primer experimento exitoso se realizó con un pequeño papel firmado por el propio Profesor Deveraux y sus dos principales ayudantes, el Profesor Maharamurtikalipandra y el Doctor Yi. Sometido a una relativamente suave emisión de ondas ultracuánticas, el papel desapareció de la vista, volviendo a aparecer intacto unos minutos más tarde.

Siguieron una serie de experimentos, con distintas intensidades de ondas y con objetos de distinto volumen y densidad, a fin de calibrar la máquina del tiempo, pasándose a continuación a experimentar con seres vivos.

En un primer experimento, un hamster  fue sedado, de acuerdo con la Convención de Tombuctú, a fin de que no sufriera si moría  como consecuencia del experimento.  El hamster desapareció durante los cinco minutos previstos, volviendo a aparecer vivo y sedado, por lo que se decidió repetir el experimento sin sedación. Para que el hamster no escapara, se le introdujo en una pequeña caja de cartón. Caja y hamster desaparecieron durante cinco minutos, tras los que reaparecieron tal como  se les había dejado.

Nuevamente sedado, en prevención de que muriera si el tiempo transcurrido era demasiado largo, se repitió el experimento fijando el tiempo de regreso en un día. El experimento tuvo éxito, por lo que se repitió con el hamster sin sedar y dentro de la caja. Al aparecer la caja, se observó que tenía un agujero en un lateral y que el hamster no estaba dentro, aunque, tras una búsqueda intensiva se le encontró vivo debajo de uno de las estanterías del laboratorio.

Tras unos días de sesudas reflexiones, el Profesor Maharamurtikalipandra llegó a la conclusión  de que el que el hamster hubiera escapado de la caja tenía una explicación cuántica, completamente compatible con el carácter  ultracuántico de las ondas utilizadas: Durante el tiempo en que caja y hamster desaparecen, todas y cada una de sus partículas elementales no se encuentran en un estado concreto, describiendo sus "funciones de onda" la probabilidad de que se encuentren en un estado o en otro. En el momento en que caja y hamster reaparecen y son observados, esas funciones de onda "colapsan" encontrándose cada partícula, y por tanto el conjunto caja-hamster, en un estado concreto entre los permitidos que, en este caso, era el  de que el hamster hubiera conseguido horadar la caja y escapar.

A fin de comprobar la teoría se introdujeron en una caja dos gusanos de seda junto a algunas hojas intactas de morera, trasladandolos un día hacia el futuro. Cuando se abrió la caja se encontró que algunas hojas habían sido medio comidas por los gusanos.

Visto el éxito del experimento se decidió construir una máquina más potente, que permitiera el traslado en el tiempo de seres humanos. La nueva máquina estuvo lista el 7 de mayo de 2090 y tras unas pruebas iniciales con objetos y pequeños animales, el Profesor Maharamurtikalipandra se autopropuso para ser el primer humano en trasladarse en el tiempo. Se estableció primero un traslado de unos pocos minutos, tras los que el profesor Maharamurtikalipandra reapareció sentado, más o menos en la misma postura. Preguntado por qué sensaciones había experimentado, aseguró que había permanecido allí sentado y que no creía que hubiese sido trasladado en el tiempo.

En el siguiente experimento fue el propio Profesor Deveraux el que se sentó en la máquina para ser trasladado seis  horas en el tiempo. Seis horas después de haber desaparecido, volvió a aparecer el asiento, pero no el profesor. Se le buscó por todo el edificio del laboratorio universitario y, al no encontrarlo, se llamó a su casa, donde el Profesor Deveraux se encontraba durmiendo en su cama.

Según la versión del Profesor Deveraux, estuvo sentado ante la máquina durante un par de horas, tras las que se había levantado para ir al excusado. Luego dió un paseo andando y, cansado, al pasar ante su casa, había decidido acostarse un rato. La explicación "cuántica" de lo sucedido era que el profesor había sido trasladado efectivamente en el tiempo; durante seis horas el profesor no había estado en ningún estado concreto, pero, al colapsarse las funciones de onda de todas sus partículas elementales, el profesor se encontró en uno  de los posibles estados permitidos, incluidos los recuerdos correspondientes a dicho estado.    
       
Como resultado de todo lo experimentado, el Profesor Deveraux redactó un informe, publicado por el New Scientist en su edición de diciembre de 2090, en el que constataba el éxito del experimento junto  con su absoluta inutilidad, ya que, aunque el traslado en el tiempo había funcionado correctamente, el resultado no podía diferenciarse de lo que hubiera podido ocurrir de no haberse realizado. En particular, por ejemplo, si una persona realizara un viaje de veinte años en el tiempo, cuando esa persona reapareciese tendría veinte años más y una historia de veinte años perfectamente congruente. Si el viaje fuese de doscientos años, la persona aparecería muerta y enterrada o simplemente no aparecería, ya que uno de los posibles colapsos de las funciones de onda incluiría su muerte, incineración y dispersión de sus cenizas en el mar.

El Profesor Deveraux, en su escrito, aseguraba además que, de poderse realizar un viaje al pasado, el único posible "colapso" era volver a ser quien había sido, sin ningún recuerdo del futuro, con el agravante de que, al haber desaparecido del presente su viaje era equivalente a un asesinato o un suicidio.          

  

sábado, 20 de septiembre de 2014

El último ritual

Cuarto fragmento de los textos encontrados en Schimatari.

... el gran silencio que precede a la tragedia. Un silencio hecho de alientos contenidos, de miradas inquietas que van del esposo al pretendiente, y del pretendiente al punto del horizonte por donde ha de salir el sol.

Los pájaros han callado y ni un breve soplo de viento hace vibrar las desnudas ramas de los árboles.

Estoy seguro: Ni un leve parpadeo traiciona la tensión de los cuerpos de los dos contendientes, que se observan mutuamente, buscando el punto desguarnecido en que, al salir el sol, intentarán clavar sus lanzas.

El esposo, montado en su carro tirado por bueyes, en el camino que viene del templo. El pretendiente, a pie, en el camino que va hacia el bosque sagrado. Las negras sacerdotisas de Hécate, en el camino que va hacia la isla de los muertos. La roja sacerdotisa, en el agudo ángulo de la bifurcación. Y todo el pueblo, apelotonado en los bordes del camino, intentando no perderse un solo segundo del cruento espectáculo. 

Dos años de malas cosechas. ¡Oh, Hécate, ayuda al aspirante!

...

Soy ciego, pero veo más que el resto de los mortales. O quizás no sea que veo más, sino que, en la oscuridad de mi noche perpetua, oigo mejor. Y sé, porque me lo ha contado una vieja lechuza, que este será el último ritual de año nuevo en que se enfrentarán pretendiente y esposo. Se acercan las bárbaras hordas...      

miércoles, 10 de septiembre de 2014

Canción del jinete

Esta es la música que le puse a la "Canción del jinete" de Federico García Lorca:


Córdoba,
lejana y sola.

Jaca negra, luna grande,
y aceitunas en mi alforja.
Aunque sepa los caminos
yo nunca llegaré a Córdoba.

Por el llano, por el viento,
jaca negra, luna roja,
la muerte me está mirando
desde las Torres de Córdoba.

¡Ay, que camino tan largo!
¡Ay, mi jaca valerosa!
¡Ay, que la muerte me espera
antes de llegar a Córdoba!

Córdoba,
lejana y sola.

viernes, 5 de septiembre de 2014

Amar otra vez

Gunter Pfeiffer y Gunter Pfeiffer destaparon la pequeña urna y depositaron las cenizas de su amada Elisabeth en el fondo del hoyo que habían cavado. Sacaron de su maceta el cepellón de un joven ciprés de metro y medio de altura y lo colocaron sobre las cenizas, rellenando a continuación el espacio sobrante con la tierra que habían sacado del hoyo. Luego, en silencio, volvieron a la casa y se sentaron en el porche, desde donde se veía todo el jardín con el ciprés al fondo.

Media hora más tarde Gunter Pfeiffer miró a Gunter Pfeiffer y le preguntó si los cuarenta años adicionales vividos junto a Elisabeth conseguían aminorar la sensación de vacío que dejaba su muerte, a lo que Gunter Pfeiffer contestó que no solo no había disminuido, sino que incluso lo embargaba con más intensidad. Al fin y al cabo, tú volverás a vivir cuarenta años junto a ella, añadió, mientras que yo ya la he perdido para siempre.

¿Y por qué en vez de volver yo solo no volvemos juntos los dos?, insinuó Gunter Pfeiffer. No funcionaría, contestó el otro, si hubiera funcionado habríamos sido tres todos estos años; en todo caso guardo para mi vejez los recuerdos de ochenta años felices. Luego sonrió y dijo: ¿Te acuerdas del trabajo que me costó convencerte de que tú y yo éramos la misma persona?... Y eso que al volver cuarenta años atrás también mis células rejuvenecieron cuarenta años y éramos idénticos...

Es cierto, más del que nos costó convencer a Elisabeth, contestó Gunter Pfeiffer.

Luego volvió de nuevo el silencio, hasta que Gunter Pfeiffer decidió que había llegado la hora de volver al pasado. 

  

miércoles, 20 de agosto de 2014

Diosas y dioses

Este es el tercer fragmento, traducido por el Profesor Papadopoulos, de los papiros encontrados en Schimatari:

Nuestros antepasados no sospechaban que hubiese relación entre el acto sexual y el parto. Naturalmente, fueron las mujeres las primeras en descubrirlo, pero guardaron por mucho tiempo el secreto: Se suponía que eran los espíritus de los antepasados los que las hacían fecundas. O los ríos, o un árbol, o una roca... quizás una ráfaga de aire o un pájaro totémico.

El hombre era algo útil para el trabajo, para la guerra... y para el amor. Pero las funciones importantes, religiosas y civiles, eran desempeñadas por aquellas de quienes dependía la más importante de todas: la procreación.

Es por tanto lógico que se supusiera sexo femenino a quién creó todo el universo, entronizándose como divinidad a “La Gran Madre”, fértil en grano, frutos y caza.

Se erigieron templos en toda la Hélade dedicados a ella, pero se cometió un error: se le asignaron distintas advocaciones: aquí se la llamó Demeter, diosa del grano, allí Hécate, la bruja, más allá Perséfone, reina del inframundo, Hestia, la diosa virgen,…  Y pronto se convirtieron en diosas rivales.  

Por otra parte, llegó un día en que, o por una indiscreción, o porque los hombres también aprendieron a contar, fue de conocimiento público que diez lunas era el periodo entre la siembra y la recolección, y pronto se preguntaron quién fecundaba a las diosas. Y nacieron los dioses, en competencia con ellas: Ades, Cronos, Urano… Porque aunque el pueblo crea que los actos de los hombres están determinados por los deseos de los dioses, que son, respecto a ellos, omnipotentes, lo cierto es exactamente lo contrario, ya que son los dioses fiel reflejo de las ideas y las costumbres de los hombres.

No es que los dioses no existan. Pero es como si diésemos nombres a las olas del mar, sin darle al mar ningún nombre. Es también como si fuera una piedra preciosa tallada en mil facetas, de las que el hombre puede iluminar a su conveniencia las que más le interesen. Ese mar y esa gema no son ni macho, ni hembra. O quizás sean las dos cosas al mismo tiempo. No son ni uno, ni múltiple. O quizás reúna en sí los dos aspectos, igual que reúne todas las virtudes y todos los defectos; la máxima belleza y la fealdad extrema; la alegría y el desconsuelo; la esperanza y el terror. Divino Caos.

domingo, 10 de agosto de 2014

Gimnasia

Como no soy nada deportista, no es de extrañar que, al llegar al cuarto curso, aún no me hubiera examinado de las tres asignaturas de gimnasia que figuraban en el curriculum de la carrera de Matemáticas. Es más, en cuarto me presenté a los exámenes de junio sin haber asistido ni un día a clase, lo que me valió que el profesor se negara a examinarme hasta septiembre.

En septiembre me levanté con cuarenta grados de fiebre el día del examen. Pero si dejaba el examen para el año siguiente, lo más que podría hacer era superar dos exámenes, el junio y el de septiembre, con lo que me quedaría sin terminar la carrera por falta de una gimnasia.

Decidí hacer trampa: pedí a un compañero de residencia, con una complexión similar a la mía, que se examinara por mí. No fue fácil convencer a Pepe Pérez, que así se llamaba, pero lo hizo. Sobresaliente. Por lo visto corría como un galgo.

El año siguiente fui a clase el primer día, pero solo el primero: El profesor explicó que todos los que habíamos sacado sobresaliente el año anterior tendríamos las clases en días distintos del resto para prepararnos para unas olimpiadas universitarias que se iban a celebrar. Estaba claro que o me rompía una pierna o iba a descubrir el engaño.

Cuando se acercaban los exámenes de junio, un compañero me dio una noticia esperanzadora: se habían suspendido las clases de gimnasia por enfermedad del profesor. No es que me alegrara de que el hombre estuviera enfermo, pero, como se confirmó el día del examen, era posible que el examinador fuera otro.

Por desgracia, el nuevo profesor llevaba anotado en la lista de examinandos el número de clases a las que habían asistido, y también se negó a examinarme. Le expliqué que me quedaban dos gimnasias y que entonces me quedaría una colgada para el año siguiente, pero se negó en redondo. Tenía orden del jefe del departamento de deportes de no examinar a nadie en esas circunstancias.

¿El jefe del departamento de deportes?...  ¿Quién era?

Resultó ser el jefe de la policía motorizada de Barcelona, cosa, en principio, poco esperanzadora. Pero me armé de valor y fui a verle a su despacho de Montjuich.

Le expliqué el caso.

¡Pero hombre, qué barbaridad! ¿Cómo se le ocurre dejar las gimnasias para última hora con lo fácil que es ir aprobándolas curso a curso? ¡Y encima me viene a mí con el problema! ¡Mira que les tengo dicho a los profesores que no me manden a nadie! ¡Me va a oír ese profesor xxx!  Porque, claro ¿cómo me voy a negar yo a aprobarle y hacerle perder a usted un año?...

Total, que el bueno del jefe de la policía motorizada de Barcelona me aprobó de un plumazo las dos gimnasias que me quedaban. Le debo el haber podido terminar la licenciatura en 1968 y no un año más tarde.