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jueves, 30 de enero de 2014
sábado, 25 de enero de 2014
El caso del bloguero asesino
¡Me acusan de
haberla asesinado para poder contarlo con realismo en mi blog! ¿Creen que soy
como esos chavales descerebrados que graban sus tropelías y se jactan de ellas
colgándolas en internet?
Aunque lo que más suelo escribir
son relatos de ciencia-ficción, me gusta tratar de vez en cuando otras áreas.
Un área poco frecuentada por mí es la de los crímenes, así que decidí escribir
un relato para el que tenía que buscar un asesino, un muerto, un móvil y un
policía.
El policía tenía que ir desentrañando
las pistas que había dejado el asesino, por lo que realmente era lo último que
tenía que decidir. Lo importante era el móvil que induciría al asesino a
cometer el crimen.
Me puse en el lugar del asesino.
¿A quién asesinaría yo? ¿A mi jefe?¿A un amigo?¿A un desconocido?... La idea de
que el relato versara sobre un asesinato sin otro motivo que el desafío de
matar y no ser descubierto me estuvo rondando por la cabeza hasta que la vecina
del piso de arriba comenzó su habitual taconeo a todo lo largo y lo ancho de su
apartamento. ¿Por qué no se quitaba los tacones en todo el día?
Acababa de encontrar la víctima,
el móvil y el asesino. Abrí el ordenador y empecé a escribir en Word:
Motivos para asesinar a la arpía del piso de arriba:
·
Taconeo incesante todo el día
·
Volumen insoportable de la televisión en las
telenovelas después de comer
· Cuelga manteles y sábanas completamente
desplegados en el patio, quitándome la luz
·
Se acuesta tarde y, al quitarse los zapatos, los tira por el aire para
despertarme
·
Tiene una ruidosa bicicleta estática que utiliza
cuando yo estoy oyendo música.
Seguramente se me ocurrirían
nuevos motivos más adelante, reales o ficticios, así que guardé el documento
con el poco imaginativo título de "Asesinato" y me puse a pensar en
cómo la asesinaría. ¿Subiría a su piso y
le clavaría un puñal cuando me abriera la puerta? ¿La estrangularía?...
¡Felisa! Ya tenía el modo de envenenarla.
Felisa, la mujer del portero, era
mi asistenta y la de mi vecina. Era una chica bastante despierta que subía los
lunes y los jueves por la mañana mientras yo estaba en la oficina, limpiaba la
casa, planchaba y me hacía comida para un par de días. Las jueves, además, eran
los días en que subía por la tarde a planchar a casa de mi vecina.
Abrí "Asesinato" y escribí:
Modo de asesinarla: Veneno.
Felisa, cuando va al super a comprar comida para mi, compra también a veces leche,
entre otras cosas, para la bruja de arriba.
Yo podría meter el veneno, si es líquido, en un envase de leche con una
jeringuilla. Si no es líquido, puedo sacar leche con la jeringuilla, deshacer
el veneno en ella y volverla a introducir. Luego tendría que aparecer algunos
jueves por casa antes de que se fuera Felisa y, si había comprado leche, darle
el cambiazo.
¿Pero qué veneno? Podía utilizar
un veneno innominado, pero decidí ser más preciso, así que me puse a buscarlo
en internet.
Dihidrocolinasa. Era el veneno
perfecto. De sabor ligeramente dulzón, podía diluirse en la leche sin despertar
sospechas. Se utiliza en algunos
somníferos en pequeñas dosis, así que fui a la farmacia y compré uno que la
contenía. Leí el prospecto y apunté:
Veneno: Dihidrocolinasa. Se
encuentra en pequeñas cantidades en Dormisomno, un somnífero que puede comprarse sin receta. La asistenta le compra todas las semanas dos o
tres litros de leche, luego consume al menos un cuarto diario. Como para que la
dosis de dihidrocolinasa necesaria para que sea mortal está contenida en las
cápsulas de diez cajas de Dormisomno, se necesitan cuarenta y, por seguridad,
sesenta cajas. Comprar poco a poco, y en distintas farmacias. Dejar pasar unos
meses para que en las farmacias olviden la cara del comprador.
Había llegado el momento de
pensar en el detective y en como resolvería el caso, pero, releyendo mis
apuntes, me pareció que el tema era bastante flojo. Por otra parte me había
puesto a escribir una historia de ciencia-ficción que me parecía más
interesante, así que la historia quedó archivada para retomarla más adelante.
Cuatro meses más tarde murió la
vecina del piso de arriba. Le hicieron la autopsia y acusaron a Felisa de
haberla envenenado. Al parecer tenía un móvil: Su marido, el portero, que era
muy buen mozo, se acostaba con mi vecina. El inspector encargado del caso vino
a verme y, después de hacerme algunas preguntas sobre mi asistenta, me pidió
que le escribiera en un papel mis números de teléfono (fijo, móvil y de la
oficina) por si necesitaba preguntarme algo más.
Al día siguiente se presentó de
nuevo en mi casa y me detuvo, acusado del asesinato. Había dejado mis huellas
dactilares en el bolígrafo que me ofreció para apuntar los teléfonos, y
coincidían con las encontradas en el envase de la leche en el que habían
encontrado rastros de leche envenenada con dihidrocolinasa.
Se llevaron mi
ordenador y, como no encripto mis archivos (ni siquiera pongo una contraseña de
entrada en el ordenador), encontraron enseguida el archivo
"Asesinato". Buscaron en el envase de la leche y encontraron el
agujerito que, presuntamente, habría hecho yo con una jeringuilla cargada de
veneno.
Las pruebas me
apuntan como culpable, pero no lo soy. Me pregunto por qué no incluí en mis
apuntes un Maigret, Holmes, Poirot o Srta. Marple. ¿Se habrían hecho también
realidad y me habrían sacado del embrollo?
lunes, 20 de enero de 2014
El aborto de Amalita (como es natural)
Como no he estudiado leyes, ni medicina, ni filosofía, las opiniones que voy a verter aquí pueden ser completamente erróneas. No las publico porque sean incuestionables, sino simplemente porque son mías. Y voy a expresarlas mediante un relato corto en el que el centro de la acción será un personaje ficticio al que voy a llamar Don Pedro Hernández Ruíz.
Don Pedro Hernández Ruíz tendrá una vida efímera porque, además de tener solo cuarenta años, me lo acabo de inventar, y lo primero que va a hacer es morir.
Don Pedro Hernández Ruíz fue un hombre inteligente y afortunado, como lo prueba no solo el hecho de vivir en las Islas Canarias (que es el mejor sitio donde un hombre inteligente y afortunado puede vivir), sino el que, habiendo nacido en una simple familia de funcionarios, había conseguido en poco tiempo, a través de negocios no siempre completamente limpios, reunir una considerable fortuna y convertirse en una de las personas más influyentes del archipiélago.
Don Pedro Hernández Ruíz dejaba viuda a una belleza isleña y huérfanos a dos hijos que parecían haber heredado todas las virtudes de su padre y que, aparte de alguna improbable sorpresa en la parte de libre disposición del testamento, iban también a heredar, junto con su madre, toda su fortuna.
No voy a dar los nombres de la madre y de los hijos porque, si me pongo a dar los nombres de todos los personajes, esto dejaría de ser un relato corto y tendría que publicarlo como novela.
Don Pedro Hernández Ruíz era un hombre de mundo y por lo tanto tenía una amante: la mujer de su mejor amigo (como es natural). No es que se vieran con excesiva frecuencia, pero sí con regularidad. No obstante, ni a ella ni a ninguno de los que conocían el "affaire" (casi todos los canarios) se les ocurrió la idea de que pudiera reclamar una parte de la herencia.
Con mayor motivo, no reclamaron parte de la herencia las numerosas jovencitas que habían tenido con él algún escarceo amoroso sin consecuencias. Solamente lo hizo Amalita, una joven empleada de una de sus numerosas empresas, a la que él había seducido (o viceversa) y preñado tan solo tres días antes de morir.
Amalita presentó una demanda ante un juez para que, en el reparto de la herencia, se tuvieran en cuenta los derechos de su hijo, aún no nacido. En la península, una demanda de este tipo se habría resuelto en un mínimo de diez o doce años, pero las Islas Canarias son Afortunadas, entre otras muchas cosas, porque los jueces canarios dictan sentencia volando (como es natural) y Amalita tuvo la suya en tan solo dos días. La sentencia, por supuesto, le daba la razón y conminaba a la Seguridad Social para que en el plazo de una semana realizara las pruebas pertinentes para comprobar que, efectivamente, el "nasciturus" (sic) era hijo de Don Pedro Hernández Ruíz.
Permítame ahora el lector que haga un inciso en el relato para razonar mi opinión: Casi siempre respeto la opinión de los jueces (como es natural), pero en esta ocasión debo aclarar que además la comparto: la cosa esa que Amalita lleva en su vientre tiene derecho a recibir en la herencia el mismo trato que los hijos "legítimos" de Don Pedro Hernández Ruíz.
Pero me pregunto: ¿Cuando adquiere la cosa esa el derecho a heredar? ¿A los seis meses? ¿A las cinco semanas? Más bien parece que ese derecho lo adquiere en el momento de ser concebido. Y si esto es así, vuelvo a preguntarme: ¿Es de aplicación en este caso el aforismo de Descartes "Cogito, ergo sum" (que no significa "me han cogido, soy yo", sino "pienso, luego existo")? que, traducido para este caso diría: "Tengo derecho a heredar, luego tengo derecho a vivir", porque ¿que sentido tiene tener derecho a heredar algo que no se tiene derecho a disfrutar?
Pero si el "nasciturus" tiene derecho a vivir, es evidente que la madre no tiene derecho a "interrumpir voluntariamente el embarazo", que es el eufemismo que se utiliza para quitarle hierro a una expresión más cruda, que también puede usarse para expresar lo mismo: "matar sin motivo al hijo que se lleva dentro". Y subrayo el "sin motivo", porque admito que puede haber motivos con peso suficiente para hacerlo.
Como no soy (ya lo he dicho) ni abogado, ni médico, ni filósofo, no me atrevo a poner ejemplos de motivos suficientes para abortar, salvo el muy evidente de defender la propia vida. Pero admito que seguramente hay más.
Con esto no quiero decir que apoye ninguna ley o proyecto de ley en concreto, porque ni la he leído, ni tengo intención de leerla, ni en caso de leerla podría, dada mi condición de lego en la materia, opinar en detalle sobre ella. Lo único que si me parece claro es que es más lógica una ley de "supuestos" (motivos) que una ley de "plazos" (en que momento adquiere el niño el derecho a vivir).
Dicho esto, continuemos con el relato:
La Seguridad Social canaria, que también trabaja volando, tuvo la prueba que pedía el juez en el tiempo previsto, con gran disgusto de la esposa y de los hijos legítimos. Disgusto que se trocó en sorpresa y satisfacción cuando Amalita decidió interrumpir voluntariamente su embarazo dentro de los plazos establecidos por la ley vigente.
Pero Amalita no tenía un pelo de tonta y, después de abortar, presentó una demanda ante el mismo juez alegando que, al haber muerto su hijo sin dejar descendientes, era ella, como pariente más cercano, la que adquiría los derechos a la parte de la herencia que correspondían a su hijo.
El juez, como buen canario, volvió a emitir sentencia volando, dando la razón a Amalita, por lo que finalmente, por un discutido acuerdo entre las partes, Amalita pasó (entre otras cosas) a ser propietaria de una de las empresas de Don Pedro Hernández Ruíz.
Como Amalita no tenía ni idea de como gestionarla, se reservó, además de los beneficios, el puesto de Presidenta Honorífica de la empresa, y nombró como Vicepresidente Ejecutivo, con amplios poderes y un espléndido sueldo a su tío, el juez (como es natural).
miércoles, 15 de enero de 2014
viernes, 10 de enero de 2014
Tebeos
Siempre me han gustado las historietas
gráficas. Desde que aprendí a leer. Primero con las revistas Pulgarcito y TBO
(el que dio origen a la palabra castellana tebeo que ahora está perdiéndose por
culpa del anglicismo comic), con personajes tan divertidos como Carpanta, Doña Urraca, Zipi y Zape, las
hermanas Gilda, la familia Ulises y el Profesor Franz de Copenhague, autor de
los Grandes Inventos del TBO. Luego con Jorge y Fernando, Roberto Alcázar y
Pedrín, y la revista Chicos, con Cuto, Ben Bolt y el Coyote dibujado (del que llegué a leer las cincuenta primeras novelas).
Estaba tan obsesionado con los
tebeos, que fueron los inductores del que fue posiblemente mi primer pecado. Es decir, de la primera
vez que obré mal perfectamente consciente de que obraba mal. Fue en una de las
veces en que no conseguí que mi madre me diera dinero para comprar cierto tebeo
(no recuerdo cual). Me acerqué al kiosco, que desplegaba ampliamente su
mercancía en la esquina de la calle Alhóndiga con la plaza de Santa Catalina, y, en un descuido del kiosquero, arramplé con
el deseado tebeo y me fui a casa.
Durante mi juventud, mi héroe favorito de dibujos fue Flash Gordon.
Lo descubrí durante una estancia en Andújar en casa de mi tío Román y mi tía
Amparo. Mi tío tenía una estupenda colección de El Aventurero, un tebeo que
dejó de publicarse con motivo de la guerra civil. En él aparecían los magníficos dibujos de Alex
Raymond con las aventuras de Flash, Dale Arden y el Doctor Zarkov en el planeta
Mongo. También de Alex Raymond, con guión de Dashiell Hammett (escritor de
novela negra, a quien debemos películas como El Halcón Maltés) venían las
investigaciones del agente secreto X-9.
En El Aventurero también conocí
el Tarzán de Harold Foster (me gustaron más las novelas originales de Burroughs),
Popeye, y Merlín, el mago moderno. El Príncipe Valiente y el Hombre
Enmascarado, no estoy seguro, pero creo que también los conocí allí.
Fue durante esa estancia en
Andújar cuando mi primo Chete intentó matarme. Era más pequeño que yo, pero
cuando se enfadaba era una auténtica fiera. Y conseguí enfadarle. Me persiguió
con una maja de bronce, dispuesto a
machacarme los sesos. Me encerré en el cuarto de baño y, durante un rato,
golpeó la puerta con furia. Luego se marchó, pero, conociéndolo, no me cabía
duda de que estaba preparando algo. Oí unos pasos que se acercaban y, luego,
unos golpecitos suaves en la puerta. "¿Quién es?" pregunté. Y una
dulce voz aflautada me contestó "Abre, que soy mi madre".
A finales de los años 50 mis tebeos favoritos
pasaron a ser los de Tintín y las tiras cómicas de Charlie Brown, a quién volví
a encontrar, durante mi estancia en Italia en una revista, que se llamaba Linus (precisamente por el
amigo de Carlitos, que aparecía con su imprescindible frazada en la portada del
primer número), y que publicaba, además de las tiras de los Peanuts, artículos sobre temas
culturales e historietas clásicas (el pequeño Nemo, Popeye, Krazy Kat, Li´l
Abner, Pogo, B.C., Dick Tracy,...) y de autores modernos (Hugo Pratt, Moebius, Guido
Crepax,...).
A mi vuelta a España conocí las
historietas de Goscinni: Asterix el Galo (dibujado por Uderzo) e Iznogud, el visir
que quería ser califa en lugar del califa (dibujado por Tabary). Me sentía identificado con el
bonachón califa, no porque yo tuviera su carácter, sino porque tenía mi propio Iznogud.
Compré algunas revistas, como El Globo (donde descubrí a
Mafalda), con un formato similar al Linus italiano, y Zeppelin, de tamaño
mayor, pero ambas tuvieron una vida efímera. Luego, cuando compraba tebeos, era
ya para mis hijas que son ahora las que los compran para mí: reediciones de
Flash Gordon, En el camino de Swan (Proust dibujado), El Incal de Moebius, Maus
de Spiegelman, Persépolis de Marjane Satrapi,...
domingo, 5 de enero de 2014
Alguien me está mirando
¿Has sentido alguna vez que
alguien te está mirando? Estás en un restaurante, en el autobús o en un partido
de futbol. Te vuelves. Miras a tu alrededor. A veces te parece que alguien ha
desviado la mirada. A veces, no. Pero sabes que alguien te estaba observando.
Es curioso, porque físicamente es
la luz que tú reflejas la que llega a los ojos del que te mira, y no su mirada
la que llega hasta ti. Quizás lo que te llega sea algún tipo de onda mental,
físicamente indetectable.
Pero, al fin y al cabo, mientras
estás en un restaurante, en el autobús o en el fútbol, estás rodeado de gente,
y no es de extrañar que alguien te mire o, incluso, te observe. Pero ¿no has
sentido a veces que alguien te observa estando completamente solo?
Yo lo estoy sintiendo ahora
mismo, mientras escribo. He desconectado la cámara del ordenador, he bajado las
persianas, he cerrado las puertas... y sigo notándolo.
La verdad es que cada vez lo noto
con más frecuencia. De noche, en la cama, con las luces apagadas, noto que
alguien me está observando. A veces me parece incluso sentir una presencia en
la habitación. Enciendo la luz. No hay nadie. ¿Apago?... A veces apago. A
veces, no. Al menos, con la luz encendida, la sensación de presencia física desaparece.
Tardo más en dormirme, pero...
¡ojalá no necesitara dormir! Porque dormir significa tener pesadillas: estoy a
punto de salir a la calle -por ejemplo- y me doy cuenta de que no llevo
pañuelo. Mi cuarto está al fondo del pasillo. Echo a andar con aprensión,
porque algo me dice que vaya ir a mi cuarto. Las piernas no me responden
bien, y me cuesta mucho andar. Pero debo ir a por un pañuelo. Llego a mi cuarto
y consigo abrir el cajón donde tengo los pañuelos y la ropa interior. El cajón
está oscuro por dentro. No hay ni ropa ni pañuelos, pero, desde el fondo
del cajón... ¡un par de ojos me están mirando!
Me despierto con el corazón
desbocado. Voy calmándome poco a poco: ¡solo ha sido un sueño! Miro al cajón de la ropa interior. Debería abrirlo
para comprobar... Pero no lo abro. Todavía no me he vuelto loco, y sé
distinguir entre sueños y realidad. Los ojos del cajón son pesadillas. El que
alguien me mira, no. Tiene que haber una explicación racional.
Por eso le he estado dando
vueltas al asunto, y solo se me ocurre una posibilidad: Alguien me está
observando... desde otra dimensión.
Me explico: Nuestro universo
tiene algunas dimensiones más que las tres que nosotros somos capaces de notar.
Nuestro espacio visible es en realidad una "superficie"
tridimensional en un espacio con cuatro o más dimensiones. Podemos imaginarlo
como la superficie tridimensional de una esfera de cuatro dimensiones.
Claro que lo de
"imaginarlo" es demasiado pedir. Al menos a mi me resulta imposible
hacerlo. Lo que sí puedo imaginar es un mundo con solo dos dimensiones: La
superficie de una esfera normal por la que se mueven unos seres bidimensionales triangulares.
Tienen dos lados verdes y uno azul, un asterisco en su interior y un único ojo en
el vértice donde se unen los dos lados verdes. Cuando uno de estos seres ve a
otro de frente, ve su ojo y sus dos lados verdes, y solo ve el lado azul si lo
rodea o el otro se vuelve. Lo que nunca ve, salvo que el otro se rompa, es el
asterisco interior.
Nosotros, en nuestras tres
dimensiones, tampoco vemos a nuestros semejantes por todos lados a la vez, ni vemos su
interior. Sin embargo, si miramos la esfera, vemos completos a sus habitantes,
tanto por fuera, su ojo y sus tres lados, como el asterisco de su interior.
Al igual que nosotros vemos todos
los puntos de la esfera, porque todos están en contacto con nuestra tercera
dimensión, alguien que nos mire desde una cuarta dimensión también nos verá
completos. Tanto por fuera como por dentro: nuestros órganos, nuestras células,
los glóbulos rojos circulando por nuestras venas, las neuronas de nuestros
cerebros, sus conexiones, los impulsos eléctricos y químicos entre ellas...
Quizás esos seres estén intentando descifrar el significado de nuestra actividad cerebral. Quizás ya hayan sido capaces de descifrar nuestros pensamientos... ¿Seré yo para ellos una simple cobaya a la que están estudiando? Y
si es así ¿Se limitarán a observar lo que pienso o experimentarán y manipularán mis pensamientos?
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