Ver la entrada TETRAEDRÓN del 8 de Febrero de 2017.
sábado, 30 de agosto de 2014
lunes, 25 de agosto de 2014
miércoles, 20 de agosto de 2014
Diosas y dioses
Este es el tercer fragmento, traducido por el Profesor
Papadopoulos, de los papiros encontrados en Schimatari:
Nuestros antepasados no sospechaban que
hubiese relación entre el acto sexual y el parto. Naturalmente, fueron las
mujeres las primeras en descubrirlo, pero guardaron por mucho tiempo el
secreto: Se suponía que eran los espíritus de los antepasados los que las
hacían fecundas. O los ríos, o un árbol, o una roca... quizás una ráfaga de
aire o un pájaro totémico.
El hombre era algo útil para el
trabajo, para la guerra... y para el amor. Pero las funciones importantes,
religiosas y civiles, eran desempeñadas por aquellas de quienes dependía la más
importante de todas: la procreación.
Es por tanto lógico que se supusiera
sexo femenino a quién creó todo el universo, entronizándose como divinidad a
“La Gran Madre”, fértil en grano, frutos y caza.
Se erigieron templos en toda la Hélade
dedicados a ella, pero se cometió un error: se le asignaron distintas
advocaciones: aquí se la llamó Demeter, diosa del grano, allí Hécate, la bruja,
más allá Perséfone, reina del inframundo, Hestia, la diosa virgen,… Y pronto se convirtieron en diosas rivales.
Por otra parte, llegó un día en que, o
por una indiscreción, o porque los hombres también aprendieron a contar, fue de
conocimiento público que diez lunas era el periodo entre la siembra y la
recolección, y pronto se preguntaron quién fecundaba a las diosas. Y nacieron
los dioses, en competencia con ellas: Ades, Cronos, Urano… Porque aunque el
pueblo crea que los actos de los hombres están determinados por los deseos de
los dioses, que son, respecto a ellos, omnipotentes, lo cierto es exactamente
lo contrario, ya que son los dioses fiel reflejo de las ideas y las costumbres
de los hombres.
No es que los dioses no existan. Pero
es como si diésemos nombres a las olas del mar, sin darle al mar ningún nombre. Es también como si fuera una piedra preciosa tallada en mil
facetas, de las que el hombre puede iluminar a su conveniencia las que más le
interesen. Ese mar y esa gema no son ni macho, ni hembra. O quizás sean las dos
cosas al mismo tiempo. No son ni uno, ni múltiple. O quizás reúna en sí los dos
aspectos, igual que reúne todas las virtudes y todos los defectos; la máxima
belleza y la fealdad extrema; la alegría y el desconsuelo; la esperanza y el
terror. Divino Caos.
viernes, 15 de agosto de 2014
domingo, 10 de agosto de 2014
Gimnasia
Como no soy nada deportista, no
es de extrañar que, al llegar al cuarto curso, aún no me hubiera examinado de
las tres asignaturas de gimnasia que figuraban en el curriculum de la carrera
de Matemáticas. Es más, en cuarto me presenté a los exámenes de junio sin haber
asistido ni un día a clase, lo que me valió que el profesor se negara a
examinarme hasta septiembre.
En septiembre me levanté con
cuarenta grados de fiebre el día del examen. Pero si dejaba el examen para el
año siguiente, lo más que podría hacer era superar dos exámenes, el junio y el
de septiembre, con lo que me quedaría sin terminar la carrera por falta de una
gimnasia.
Decidí hacer trampa: pedí a un
compañero de residencia, con una complexión similar a la mía, que se examinara
por mí. No fue fácil convencer a Pepe Pérez, que así se llamaba, pero lo hizo.
Sobresaliente. Por lo visto corría como un galgo.
El año siguiente fui a clase el
primer día, pero solo el primero: El profesor explicó que todos los que
habíamos sacado sobresaliente el año anterior tendríamos las clases en días
distintos del resto para prepararnos para unas olimpiadas universitarias que se
iban a celebrar. Estaba claro que o me rompía una pierna o iba a descubrir el
engaño.
Cuando se acercaban los exámenes
de junio, un compañero me dio una noticia esperanzadora: se habían suspendido
las clases de gimnasia por enfermedad del profesor. No es que me alegrara de
que el hombre estuviera enfermo, pero, como se confirmó el día del examen, era
posible que el examinador fuera otro.
Por desgracia, el nuevo profesor
llevaba anotado en la lista de examinandos el número de clases a las que habían
asistido, y también se negó a examinarme. Le expliqué que me quedaban dos
gimnasias y que entonces me quedaría una colgada para el año siguiente, pero se
negó en redondo. Tenía orden del jefe del departamento de deportes de no examinar
a nadie en esas circunstancias.
¿El jefe del departamento de deportes?...
¿Quién era?
Resultó ser el jefe de la policía
motorizada de Barcelona, cosa, en principio, poco esperanzadora. Pero me armé
de valor y fui a verle a su despacho de Montjuich.
Le expliqué el caso.
¡Pero hombre, qué barbaridad! ¿Cómo
se le ocurre dejar las gimnasias para última hora con lo fácil que es ir
aprobándolas curso a curso? ¡Y encima me viene a mí con el problema! ¡Mira que
les tengo dicho a los profesores que no me manden a nadie! ¡Me va a oír ese
profesor xxx! Porque, claro ¿cómo me voy
a negar yo a aprobarle y hacerle perder a usted un año?...
martes, 5 de agosto de 2014
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