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sábado, 30 de mayo de 2015
lunes, 25 de mayo de 2015
Contrabando
Uno de los buenos amigos que dejé en Italia cuando volví a España se llama Rodolfo di Cola. Él me enseñó que partir los espaguetis al cocerlos o al comerlos es pecado mortal. Y que ayudarse de una cuchara para enrollarlos en el tenedor es un acto vergonzoso solo admisible en niños de corta edad.
Salíamos muchas veces juntos y, una vez que se compró un coche de segunda mano, fuimos a celebrarlo a Lugano. Para los que vivíamos en la zona de Varese, al este del Lago Mayor, pasar a Suiza nos salía muy barato, sobre todo si íbamos con el depósito de gasolina casi vacío y volvíamos con el depósito lleno.
A la vuelta, a media tarde, nos pararon los carabinieri en la frontera y nos pidieron el pasaporte. Al abrir el de Rodolfo, cayó al suelo un papelito, que el carabiniere recogió, examinó atentamente y llevó a su jefe para que lo examinara.
Se trataba de un papelito casi ilegible que le dieron a Rodolfo a modo de factura en alguna tienda en el que casi lo único que se distinguía era una cifra: 1000 (poco más o menos, no la recuerdo con exactitud).
Nos hicieron bajar del coche y nos metieron en el cuartelillo. ¿Que había comprado Rodolfo por valor de 1000 francos suizos? Rodolfo explicó que nada, que la factura se refería a algo que había comprado en Italia por 1000 liras.
El jefe del puesto ordenó que registrasen el coche, a Rodolfo lo metieron en la única celda que había y a mí me dejaron quedarme sentado en el despacho, vigilado de cerca por el jefe, que tuvo a bien explicarme que el coche estaba fichado desde hacía tiempo por dedicarse al contrabando y que dado mi acento (¡andaluz!) resultaba evidente que mi pasaporte era falso y que yo era siciliano.
Y así estuvimos hasta que, pasada la medianoche, entró el carabiniere que estaba registrando el coche y le dijo al jefe que solo quedaba por registrar el depósito de gasolina y que su esposa debía estar inquieta esperándole.
A la vuelta, a media tarde, nos pararon los carabinieri en la frontera y nos pidieron el pasaporte. Al abrir el de Rodolfo, cayó al suelo un papelito, que el carabiniere recogió, examinó atentamente y llevó a su jefe para que lo examinara.
Se trataba de un papelito casi ilegible que le dieron a Rodolfo a modo de factura en alguna tienda en el que casi lo único que se distinguía era una cifra: 1000 (poco más o menos, no la recuerdo con exactitud).
Nos hicieron bajar del coche y nos metieron en el cuartelillo. ¿Que había comprado Rodolfo por valor de 1000 francos suizos? Rodolfo explicó que nada, que la factura se refería a algo que había comprado en Italia por 1000 liras.
El jefe del puesto ordenó que registrasen el coche, a Rodolfo lo metieron en la única celda que había y a mí me dejaron quedarme sentado en el despacho, vigilado de cerca por el jefe, que tuvo a bien explicarme que el coche estaba fichado desde hacía tiempo por dedicarse al contrabando y que dado mi acento (¡andaluz!) resultaba evidente que mi pasaporte era falso y que yo era siciliano.
Y así estuvimos hasta que, pasada la medianoche, entró el carabiniere que estaba registrando el coche y le dijo al jefe que solo quedaba por registrar el depósito de gasolina y que su esposa debía estar inquieta esperándole.
miércoles, 20 de mayo de 2015
Soneto de San Juan de la Cruz
Esta es la música que le puse al conocido soneto de San Juan de la Cruz :
No me mueve, mi Dios, para quererte,
el cielo que me tienes prometido;
ni me mueve el infierno tan temido,
para dejar por eso de ofenderte.
¡Tú me mueves, Señor! ¡Muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido!
Muéveme el ver tu cuerpo tan herido.
Muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.
No tienes que me dar porque te quiera,
porque, aunque cuanto espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.
viernes, 15 de mayo de 2015
Tetraedrón - 50 - Esperando en el Palacio de Cristal
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domingo, 10 de mayo de 2015
El caso Ponchielli
El fiscal jefe había decidido,
con vistas a las próximas elecciones, declarar día de puertas abiertas el 2 de
marzo de 2006, con la recomendación especial a todos los empleados de la
fiscalía de extremar la amabilidad con los posibles visitantes. El tercero que
entró ese día en mi despacho fue un pelirrojo que dijo llamarse Jack Floid y quería pedirme un favor
relativo a lo que llamó "el caso Ponchielli".
Le dije amablemente que no sabía
nada de ningún caso Ponchielli, pero no le quise decir que, dada mi condición
de ayudante del fiscal, la clase de favores que podría hacerle en caso de tener
algo que ver con el caso sería bastante limitado.
Él sonrió y me dijo que ya sabía
que yo desconocía el caso Ponchielli, ya que los hechos que darían lugar a ese
caso solo tendrían lugar tres meses más tarde.
- ¿Debo deducir que se trata de
algún tipo de conspiración que se está preparando, y que estallará dentro de
tres meses? - pregunté.
- En absoluto. Se trata de un
simple caso de asesinato. El Señor Ponchielli descubrirá dentro de tres meses
que su mujer le engaña, y la matará junto a su amante.
- ¿Y cómo sabe Usted que eso va a
ocurrir?
- Por la misma razón, que le quedará
clara si me permite continuar, por la que sé que será Usted quién se encargue
de la investigación.
En condiciones normales allí
habría terminado mi conversación con el Señor Floid, pero, extremando mi amabilidad,
como había pedido el fiscal jefe, decidí dejarle continuar.
Según él todas las pruebas que
iba a encontrar eran circunstanciales salvo una, que era determinante para
probar la culpabilidad de Ponchielli. Si yo la presentaba, al Señor Ponchielli
solo le esperaban unos años en el corredor de la muerte y una inyección letal.
Si, por el contrario, yo la ocultaba, el Señor Ponchielli saldría en libertad
y, después de cambiar de nombre, se volvería a casar, tendría un hijo y, años después, tres brillantes
nietos. Una nieta, que llegaría a vicepresidenta de la nación, un nieto que
llegaría a arzobispo de Nueva York, y otro, científico, que llegaría a
presidente de la Agencia Estatal de Estudios Espacio-Temporales.
- Ah, - dije, creyendo comprender
- lo que Usted me está proponiendo es un dilema moral teórico en el que yo debo
decidir si la vida de los tres brillantes nietos compensa suficientemente el
que yo prevarique ocultando una prueba determinante.
- En absoluto. No se trata de un
ejercicio teórico. Le he dicho que Ponchielli cambiará de nombre, pero no le he
dicho que su nuevo nombre será Floid, y que yo soy uno de sus nietos: el
científico. Si Usted presenta la prueba nos habrá condenado a mí y mis hermanos
a no existir.
Nuevamente sentí la tentación de
echar al Señor Floid del despacho, pero felizmente se me ocurrió una solución
que se adecuaba a la petición de amabilidad de mi jefe: Le prometí solemnemente que ocultaría la dichosa
prueba, fuera cual fuese.
- ¿Está seguro? - insistió él.
- Por supuesto. Si yo presentara
la prueba, su abuelo sería condenado, Usted no llegaría a nacer y, por tanto,
no habría podido venir aquí aprovechando las facilidades de la... ¿Agencia
Estatal de Estudios Espacio-Temporales?
El pareció quedar satisfecho y
como agradecimiento me hizo un regalo de poco valor, según él, para que no
pudiera considerarse un soborno: un dólar de plata, acuñado en el año 2090. Era
una pequeña monedita, de alguna aleación plateada que supuse formaría parte de
algún juego de mesa, pero que le agradecí efusivamente, como si realmente
creyera que era lo que él decía.
El Señor Floid se marchó, yo me
guardé el dólar en un bolsillo, y descansé...
... Hasta el 5 de junio siguiente
en que mi jefe me llamó para encargarme el "Caso Ponchielli". Al
parecer, tal como me había dicho un Jack Floid al que casi había olvidado, un
tal Billy Ponchielli había asesinado a su mujer y su amante, desparramando por
todos lados una serie de pruebas que la policía puso a mi disposición. Las estudié
detenidamente y me pareció que todas eran puramente circunstanciales. Sus huellas,
por ejemplo, que aparecían por todas partes, incluida el arma homicida, un cuchillo
jamonero, podían explicarse perfectamente por el solo hecho de que el crimen se
había cometido en su propia casa y que él se consideraba un experto cortador de
jamones desde que, junto a su mujer, hizo un viaje por Europa.
Durante unos días estuve dándole
vueltas a las pruebas, intentando descubrir cuál de ellas podría llegar a
considerarse determinante, no circunstancial, pero finalmente decidí no pensarlo
más, y presentarlas todas, en mi papel de fiscal, como pruebas definitivas. Eso
me permitía, por un lado, no prevaricar, y por otro, no incumplir mi insensata promesa
de no presentar una prueba que yo considerara determinante.
El juicio se celebró por fin en
febrero de 2008 y Billy Ponchielli estuvo varios años en el corredor de la
muerte, aplicándosele finalmente la
inyección letal el 4 de enero de 2015.
Debo añadir que aunque busqué
desesperadamente en todos mis trajes y por todas partes el dólar de plata de
2090, no lo encontré, y lo único que lamento de todo este asunto es que los tres
brillantes nietos de Ponchielli no llegarían a nacer.
Pero, si no van a nacer... ¿quién
me visitó el 2 de marzo de 2006?
martes, 5 de mayo de 2015
Laberinto - 4 - Un libro de historia
Cuando Olivia llegó al Laberinto
en su primer día de trabajo, encontró, frente a la puerta 73, una treintena de
personas gritando y exhibiendo pancartas con eslóganes contra la ocupación del
Laberinto. Olivia sabía que cada seis días se manifestaban delante de una de
las puertas abiertas, pero que, a pesar de su amenazante aspecto, no ejercían
ningún tipo de violencia. Los rodeó y se internó por los pasillos en bicicleta.
Al llegar a la puerta de Crowell
John la dejó apoyada en la pared y entró. La chaquetilla seguía en el respaldo
de la silla, pero las flores marchitas habían sido sustituidas por un nuevo
ramillete con capullos que empezaban a abrirse.
¿Ha vuelto?, preguntó a Crowell
John, que la había oído llegar y salió a recibirla.
No. He sido yo quien ha cambiado
las flores. Así, si viene alguien, pensará que la secretaria ha salido un
momento... Pero pase, le dijo indicándole el camino: le enseñaré el
apartamento. Debió ser la vivienda de algún funcionario importante, porque es
bastante más amplia que las que dan a los pasillos más exteriores.
Le enseñó la cocina y el baño,
explicándole que el agua de los grifos era de una calidad excelente.
No tienen puertas, comentó
Olivia.
¡Oh! Si tienen puertas. Lo que
pasa es que no sabemos cómo funcionan. Es igual que con las grandes puertas
exteriores y las puertas de las viviendas. O están abiertas y no vemos rastro de ellas, o están cerradas y,
salvo por los relieves que las adornan, no se distinguen del resto del muro...
Aquí casi todas las habitaciones tienen la puerta abierta. Solo dos la tienen
cerrada... En cuanto al baño... pondremos una puerta de madera, como la que
puse a la entrada de la vivienda.
Su despacho, frente a la cocina,
era bastante amplio y, además de una mesa de madera y varias sillas con asiento
y respaldo de cuero, había una estantería con unos pocos libros y un amplio
sofá que por la noche, explicó, le
servía de cama. Pero lo que más llamaba la atención era una de las paredes, que
parecía un cielo estrellado.
Es una imagen de la galaxia, dijo
Crowell John, y señaló uno de los puntos más luminosos de uno de los brazos
espirales que le daban forma: Creo que este es nuestro sol. Verás que esta
estrella, y otras once, brillan más y tienen
un tono ligeramente verde, mientras el resto lo tienen azul. Supongo que deben
ser las sedes de las doce satrapías en que se dividía el imperio.
Salieron.
Ese es el despacho del Ingeniero
Fulcan, que vendrá más tarde. La siguiente puerta, como puede ver, es una de
las cerradas, y la de enfrente, si le gusta, puede ser su despacho.
Crowell John dejó que Olivia
pasara primero. De tamaño era como la mitad que el de él, pero los muebles eran
exactamente iguales. También había una pintura en una de las paredes: En un
extremo, un hombre con uniforme militar apuntaba con un elaborado rifle a un
espantoso dragón.
¡San Jorge!, exclamó Olivia.
¿San Yordi?
Es un personaje... que
probablemente nunca ha existido...
Si no le gusta, le puedo ofrecer
otro despacho.
No, no. Es una extraña pintura,
pero me gusta.
Olivia dirigió su mirada se
dirigió hacia un montón de papeles y un libro que, junto a un jarroncito con
flores, había sobre la mesa.
Esos papeles son los que empezó a
traducir ayer. El ingeniero Fulcan está tratando de descubrir cómo funciona la
pintura luminosa y es posible que ellos lo expliquen o, al menos, den alguna
pista.
Olivia observó las finas líneas
luminosas que recorrían el techo y parte de las paredes.
El libro quiero que lo examine y
me diga de que trata, para ver si vale la pena traducirlo.
Olivia cogió el libro y hojeó
sorprendida algunas de sus páginas.
¡Es artúrico imperial! ¿Cómo lo
ha conseguido?
Lo encontré en una mis correrías
por el interior del Laberinto... Aunque lo encontré en una zona que ha sido
saqueada más de una vez, el libro no fue descubierto... o no despertó el
interés de nadie.
¿Ha comunicado su hallazgo a la
Comuna?
Aún no. Antes querría saber si
habla del Laberinto.
Olivia volvió a hojear el libro,
leyendo algunas líneas de varias páginas.
Es un libro de historia, dijo
cerrándolo y leyendo el título: "Fundación e Imperio"...
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